Llevaba mucho tiempo caminando por un desierto. Tal vez años. No lo supe hasta que mis pies comenzaron a arder de dolor. Hasta que la aparición de un precipicio hizo que me detuviera. De esto ya hace meses. Fue el primer día en que lo sentí. Mi interior se convirtió en arena pulverizada antes de una tormenta. Apareció el calor, la rigidez, la contención del aliento y las palabras. Era vértigo.
Desde aquel día, apenas he movido un paso. Rehuyo la seguridad de un camino que ya conozco, y acabo volviendo al precipicio. Son muchas ya las veces en que he asomado mi cabeza. Siempre seguro de tener próximo el regreso al camino que pondría fin a un tormento imposible de silenciar. Hoy escribo desde cerca. Muy cerca. Demasiado, tal vez. Y lo he vuelto a sentir. Tras escuchar sólo dos palabras. Y sí, era vértigo.