Revista Arquitectura
El lunes, 4 de junio, se presentó el Pabellón Catalán de la Bienal de Venecia de este año en el Colegio de Arquitectos. El primer pabellón catalán de la Bienal. Teniendo en cuenta las circunstancias políticas actuales, el Pabellón representa, hasta donde se puede, a los Países Catalanes. Cosa que plantea una primera pregunta obvia: ¿Ha habido, históricamente, una arquitectura de los Países Catalanes? La respuesta es compleja: sí y no a la vez. No porque, por no poder, ni tan sólo podemos hablar con propiedad de arquitectura catalana. El país es demasiado diverso climática, geográfica y culturalmente como para poder definir una arquitectura global. Pensemos, por ejemplo, en las masías: en el Empordà se derivan de las sales (salas), construcciones más pequeñas con la vivienda en la parte superior, en un bajocubierta con mucha más entidad que una simple buhardilla. En la Plana de Vic tienen, siempre, un porche adosado a sur, como crujía adicional, una galería de dos planteas donde se desarrollaba parte de la vida. En el Campo de Tarragona no presentan galería, la entrada es lateral, se formaliza un patio de recibir en forma de C. ¿Cuál de ellas es, entonces, la Masía Catalana por excelencia? Pensemos en los préstamos arquitectónicos seculares, como los monasterios. Si viajamos a Santes Creus encontraremos una iglesia que podría estar en cualquier monasterio francés, con las naves estrechas, largas, verticales: buenas parte de los reyes catalanes están enterrados en un espacio muy poco mediterráneo. En cambio, los dormitorios de la planta superior del claustro son un espacio que podríamos calificar de arquetípicamente catalán: una sola nave, proporciones armónicas en los tres ejes, contención formal, luz baja en dos orientaciones. Idem en el monasterio de Sant Pere de Roda (curiosamente mediterraneizado a posteriori por los arquitectos Lapeña-Torres). Cataluña tiene una historia riquísima, convulsa, diversa, que nos ha hecho generadores de cultura y lugar de paso que bebe de otras fuentes simultáneamente. Un punto de intercambio. Un nodo. No existió ninguna facultad de arquitectura como tal hasta bien entrado el siglo XIX, de modo que los primeros arquitectos formados aquí fueron los de la generación de oro de los arquitectos Modernistas: Gaudí, Domènech, Puig i Cadafalch, etcétera. Que, como acto fundacional, peinaron el país en busca de referentes en los que apoyarse: de Poblet a los Pirineos, de Ampurias a la propia ciudad de Barcelona. Domènech i Montaner promovió una colección notable de fotografías de arquitectura religiosa. Puig i Cadafalch, ya metido en política, promovió el MNAC. Josep María Pericas, de modo privado, autofinanciado y autoeditado, empezó la enciclopedia Catalunya Romànica, precisamente, por el volumen de su Osona natal. Uno de los esfuerzos de país más notables que conozco.
La arquitectura culta ha promovido, históricamente, explicaciones a esta identidad arquitectónica nacional, que han acabado configurándola. Construyéndola físicamente. Han aparecido hilos conductores, tradiciones que se pueden seguir sin ser acusados de oportunismo. Algunos de estos rasgos, como podría ser el de la austeridad, son rebatibles o explicables al revés. Si lo hacemos, encontraremos que esta reducción al absurdo refuerza la hipótesis inicial: pensemos, por ejemplo, en el Casal Sant Jordi, arquitectura novecentista de lujo (una villa unifamiliar con jardín colgada muchos metros sobre la calle en un chaflán norte en la calle Casp con Pau Claris, sobre un zócalo de oficinas) que orienta la vivienda principal a un patio interior de isla y deja metros y metros cuadrados de fachada sencillamente revocados de color verde, una fachada sobria y contenida. Pensemos en la casa Cambó, en la Via Laietana, cerca de la avenida de la Catedral, un caso relativamente parecido al anterior, aún que sensiblemente menos conseguido. Pensemos en las arquitecturas de Enric Miralles.
Kenneth Frampton, en su Historia Crítica de la Arquitectura Moderna, habla de una arquitectura catalana distinguida del resto, cristalizada en los años 50 a partir de las cenizas de un GATCPAC que ya había fijado uno de sus orígenes en las casitas de pescadores de la costa catalana. Frampton distingue unos rasgos característicos, los nombra y, haciéndolo, crea un hilo conductor seguido de manera consciente (todavía más consciente, de hecho) por muchos arquitectos locales.
Ha llovido mucho desde entonces, y hemos ido haciendo. Se podría discutir mucho esta singladura, que nos ha llevado, de un modo u otro, donde estamos ahora. El Colegio de Arquitectos se ha significado decididamente en esta lucha para conseguir un Pabellón Catalán en la Bienal, y lo ha conseguido, asociado con el Instituto Ramon Llull y el Colegio de Arquitectos Balear. Una vez hecho, se convocó un concurso en dos fases y resultó ganadora la propuesta Vogadors. Sus comisarios son Félix Arranz y Jordi Badia.
Me resulta absolutamente imposible hablar objetivamente de la propuesta. Se ha cocinado ante mí. Incluso me hablaron de ella en fase de concurso, cuando todavía se estaba cocinando. Conozco bien buena parte de los arquitectos participantes, a ellos y a su obra. He estudiado con ellos, y los recuerdo de la carrera. Algunos son buenos amigos. Por tanto, me siento identificado, tanto generacionalmente como por lo que proponen. Su sensibilidad es la mía. Sus maestrazgos son los míos.
Entiendo el Pabellón como un reposicionamiento de la arquitectura catalana en el mundo. A partir de un contexto próximo (como único pero tengo un poco presencia de la arquitectura histórica. Evidentemente está, y he hablado sobre ello con los comisarios, pero creo que su grado de representación es bajo), se presentan nueve obras que no quieren culminar nada, tan sólo enunciar lo que hacen lo arquitectos jóvenes, a partir de una buena selección.
La información precisa sobre el Pabellón se puede encontrar, de la mano de sus comisarios, en Scalae (web de arquitectura dirigida por Félix Arranz, donde colaboro) y en HIC(blog inspirado por Jordi Badia que, en estos momentos, es la referencia ineludible para saber de arquitectura catalana reciente).
Las obras son de características muy diversas. Algunas de ellas son propuestas ganadoras de concursos públicos. Otras son viviendas unifamiliares con clientes privados, y una de ellas es la casa propia de los arquitectos que la han diseñado. Las condiciones de ejecución son, por tanto, muy variables. Se puede encontrar una sensibilidad hacia la tradición que se puede matizar de modos muy diversos. No todas ellas, por ejemplo, sitúan el grado cero en las mismas arquitecturas. Es imposible entender la obra de Arquitecturia sin su conocimiento de la obra de Steven Holl. Muchos de los referentes artísticos usados son internacionales. La sensibilidad de todos ellos está globalizada, y la asunción de este hecho permite entenderlas como un nuevo paso de la arquitectura catalana.
Finalmente, el propio Pabellón. El Pabellón entendido como un proyecto de arquitectura de Félix Arranz y Jordi Badia. Un metaproyecto con voluntad formal autónoma, una obra efímera instalada en un edificio existente a medio camino entre los Jardines y el Arsenal de Venecia, continente y contenido inextricablemente unidos en una obra en curso que valdrá la pena visitar como tal.
El lunes pasado, en el Colegio de Arquitectos, la sala de actos estaba llena a reventar. Había arquitectos de todas las edades atentos a la propuesta, con ganas de saber qué se había cocinado, de escuchar a los nueve seleccionados y a los comisarios. Finalmente, en el turno de preguntas, Esteve Bonell y Oriol Bohigas (dos generaciones de arquitectos que han significado tanto para nosotros tanto por lo que han sido como profesores como por lo que han construido) tomaron la palabra para saludar, bendecir, matizar, criticar una obra que les es deudora, sin demasiados saltos ni estridencias. El único modo posible de acabar este escrito es pensando que el punto que lo concluye es un punto y seguido a la arquitectura catalana, y que este es, precisamente, el mensaje principal de esta propuesta.