Revista Cultura y Ocio

A mi aire

Publicado el 17 marzo 2015 por Icastico

Me va a quedar una entrada un poco escatológica, aviso por si el género no es del agrado, que me parece de lo más lógico y normal. La cosa es que ayer por la tarde salí a dar mi habitual paseo (en sus diferentes variantes) de una hora y media – ida y vuelta desde casa – más o menos, siempre que el clima acompañe, por los parajes que habito y de los que nunca me canso, aprovechando el solcito que hacía. Al acercarme al final de la ida, a la altura de un pinar (refugio de ardillas), me crucé con un par de paisanos indefinidos, es decir, esa imagen que se interpone entre el horizonte y tú y que no enfocas con detalle si no hay motivo o interés para hacerlo. Desconozco, por lo tanto, edades y otros aspectos, salvo que eran hombres.

Cuando estábamos en línea, justo en el momento en que la distancia comienza a crecer por las direcciones opuestas que llevábamos, uno de ellos descargó una andanada que, a lo pronto, me confundió pero que pasado el desconcierto tuve claro que se trataba de un pedo, sí, que la palabra viene en el diccionario de la RAE. Pero un pedazo. Un cuesco, una ventosidad, que cada cual elija en función de sus escrúpulos y podamos “ventilar” el asunto sin mayores contratiempos. Tremendo, así, en décimas de segundo, te pasa por la cabeza cualquier cosa: un Manolo bomba – posible variante de yihadismo a la gallega – una gran cremá de las fallas valencianas que en estos días se celebra…yo qué sé. Menos mal que no llevaba puesto el “sonotone”, porque me funde el tímpano. Y un servidor, todo digno, continuó con el paseo, como si nada, sin voltear la cabeza, aunque ganas no me faltaron.

El “parto” se las traía, venía acompañado de sonido a burbujeo, sordo y espeso, con caldo, vamos. Perfectamente podría haber necesitado unos puntos de sutura y hasta me entraron remordimientos de no haberme interesado por el estado del hombre, por si hubiera procedido llamar a una ambulancia, porque lo que son primeros auxilios no tenía pensado prestarle ni uno. Continué con la marcha y me vino a la cabeza la imagen del pobre calzoncillo, me acordé del anuncio de Vanish oxi action, o como coño sea, la del truquito, esa que echas un poquito en la “mancha” (con mascarilla), frotas con una bolita que tiene el cacito, y metes lo que quede a la lavadora con otro cacito de Vanish. Já, de diminutivos nada, un cazo, una bola y hasta vas a por otro paquete de detergente, fijo. Truquiiitoo, ¡anda ya!, un catálogo de magia necesitan esos gayumbos para recuperar el nombre. O la lejía esa que viene del futuro, que también anuncian en la tele, y que muy del futuro tiene que ser, porque con una del presente mal lo veo.

Después de reírme un rato, qué menos, me pregunté si me los encontraría a la vuelta, es muy normal, unos vamos y venimos y otros vienen y van y se repite el itinerario. E imaginé si ellos se habían quedado con mi careto y se disponían a soltar otra bomba para no dejar testigos. Pasado el trámite, y con mi integridad a salvo, acudieron a mi memoria episodios de mi infancia y adolescencia relacionados con el tema. Mi padre, que no se cortaba un pelo, practicaba en casa, sin rubor, todas las partituras de Hedor Pedorosky, en Fa mayor, en Do sostenido y demás variantes autodidactas. Poco le importaba que pulularan en los aledaños sus querubines, que se partían de risa ante tales recitales, dicho sea de paso; ver no lo veríamos, pero sordos no éramos. Si el asunto apretaba poco le importaba nuestra presencia, en este caso no nos reíamos abiertamente, nos mirábamos y ya luego comentábamos la jugada.

Y con ese ejemplo no es de extrañar que cinco hermanos, hombres todos, organizáramos un concurso de “aires” paralelo. A ver quién tiraba más en una semana, por ejemplo, o el primero en llegar a cien. Cuaderno de por medio, cuando uno decía “yo yo yo” se disponía el resto a escuchar atentamente, contar y anotar el registro para ir sumando. Había de todo, desde el que pasaba de cantidad y nos regalaba un único y bestial cuesco hasta el que siempre quería ganar y, mediante control muscular del vientre, dosificaba de tal manera el esfinter que de una tacada se ponía en 27 (hacer trampas, decíamos) incluso con musiquilla, componía el estribillo de alguna canción famosa de la época. Nos desternillábamos. Tampoco faltó el clásico experimento de quemar el gas saliente con un mechero. Llamaradas.

Pues todo esto se me ocurrió tras el paseo y el suceso de ayer. Me dije, voy a escribir un post, y pensé si procedía o no, que se escapa mucho de mi línea de pataletas políticas, mayormente, y reflexioné, “joer, Antonio, relájate, ¿pero qué estamos viendo todos los días si no un recital de mierda de la alta alcurnia político empresarial que va mucho más allá de una simple ventosidad?” Se hacen pis y caca encima de nuestras vidas, de nuestras ideas y nos intentan convencer de que no hay una alternativa, una opción mejor, al tiempo que nos recuerdan que ellos no son más que el reflejo de la sociedad (de la que se aprovechan, eso sí, robando hasta el último euro de las arcas públicas). Sinceramente, prefiero los aires que me encontré ayer que los que se gastan todos nuestros mangantes. Prefiero un tipo que libera sanamente su incontinencia que aquel que con la suya estafa a mayores, desahucia a familias con niños o impone ley a ley una dictadura. Lo prefiero incluso a ese estercolero en que se ha convertido la tele, llena de programas y tertulias fraudulentas y verduleras. Prefiero un concurso de pedos que uno de acreedores.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revista