Puede decirse que Matrimonio original (Mr. and Mrs. Smith, 1941) es un regalo que Alfred Hitchcock hizo a su adorada Carole Lombard. Más allá de los típicos y tópicos comentarios y habladurías sobre la relación entre el cineasta británico y las rubias protagonistas de sus películas, lo cierto es que los Hitchcock y el matrimonio formado por Clark Gable y Carole Lombard eran buenos amigos, amigos íntimos, compartían cenas y encuentros, fantaseaban sobre proyectos y hacían planes que casi nunca llegaron a ningún sitio. La muerte prematura de Lombard en accidente aéreo cuando viajaba a lo largo de todo el país recaudando fondos para la contienda con la venta de bonos de guerra no sólo traumatizó a Gable de por vida, sino que apenó sinceramente a los Hitchcock, que le tenían gran afecto.
Fruto de ese afecto fue el hecho de que Hitchcock se atreviera con un registro que no encajaba a priori en sus intereses como director de cine. De Matrimonio original se dicen generalmente dos grandes inexactitudes: en primer lugar, que es la única comedia que dirigió Hitchcock, lo cual, viendo su filmografía, es rotundamente falso (no pocos momentos en sus películas, y no pocas películas en sí, destilan una fina ironía, un humor negro, una vocación autoparódica que no es ajena en ningún caso a la comedia); por otro lado, que Hitch abandona por una vez los cánones del suspense de los que se erigió en maestro por derecho propio, cosa que también es errónea: es posible que el guión de Norman Krasna, basado en un relato propio, no circule por las temáticas de suspense criminal o de terror (real o psicológico), o de intriga de espionaje, en las que el director inglés se movía como pez (gordo) en el agua, pero no es menos cierto que la película se zambulle de lleno en la otra clase de suspense, tan importante o más que la aparentemente superficial en todas sus narraciones, que le interesa, y que no es otro que el suspense romántico, el “qué pasará” con la pareja protagonista. En Hitchcock el amor, el romance, forman parte del suspense tanto como el asesinato, la huida, el chantaje o la traición. De este modo, Hitchcock construye su “única comedia romántica” del mismo modo y con las mismas herramientas que sus cintas de suspense, ofreciendo información al espectador que los personajes no saben, colocando misterios y secretos a lo largo los 95 minutos de metraje, y moviéndose continuamente alrededor de un MacGuffin principal (un insignificante error burocrático) como vehículo para la historia que quiere contar, que no es otra que el primer mandamiento de la screwball-comedy, uno de los géneros americanos por antonomasia: el “recasamiento” de una pareja protagonista que se encuentra separada.
La inteligencia de Hitchcock hace, sin embargo, que en su película no se limite a abordar esta cuestión de modo simbólico, esbozado, aludido veladamente, como ocurre a menudo en productos similares de aquella época, sino que la refleje de modo literal: el fogoso y apasionado matrimonio formado por Ann y David Smith (Carole Lombard y Robert Montgomery) es fogoso y apasionado, pero no un matrimonio. Debido a un error en la tramitación de la licencia (el estado de Idaho) y en la elección del lugar escogido para la boda (un enclave junto a un río que administrativamente pertenece al estado de Nevada), el matrimonio carece de valor legal, por lo que técnicamente han estado viviendo tres años en concubinato. La maestría de Hitchcock al suministrar la información al público (Ann y David se enteran del asunto por separado, pero el público sabe que ambos lo saben cuando se reúnen por primera vez tras sus respectivos descubrimientos) sirve de esqueleto al desarrollo de la trama: la indiferencia, la irrelevancia con la que David acoge la noticia contrasta con la suma importancia que adquiere para Ann volver a casarse a la mayor brevedad posible para paliar el defecto surgido de repente, y más cuando esa misma mañana se le ha ocurrido plantearle a su marido la hipótesis de qué ocurriría si volvieran a ser solteros y se conocieran de nuevo, si él seguiría deseando casarse con ella. El desdén de David por los entresijos burocráticos es interpretado por Ann como desinterés por ella, como respuesta implícita a su charla matutina, y entonces es cuando estalla el conflicto: será ella, Ann, la que decide que no quiere casarse con un hombre así. Y para hacer el mayor daño posible, no se le ocurre otra cosa que seducir al socio de David, Jeff (Gene Raymond), abogado como él, para rehacer su vida. El triángulo recién establecido genera una tensión a tres bandas que se complementa con los equívocos surgidos con la irrupción de los padres de Jeff, que no saben muy bien cómo interpretar los extraños vínculos que observan entre los tres.
Sin embargo, a pesar de que el conjunto resulta solvente, interesante, divertido y entretenido, no es el terreno apropiado para Hitchcock. El ingenio del conflicto básico que mueve la historia, las estupendas interpretaciones de la pareja protagonista y de toda la galería de secundarios, y algunos de los acostumbrados logros visuales del cineasta (o de sus tics: la comida y la bebida son importantes en todo el cine de Hitchcock, pero aquí su presentación equivale a la categoría de tributo, empezando por los platos, vasos y bandejas acumulados en el dormitorio de los amantes, se supone que durante un largo arrebato romántico) chocan con el aspecto formal, que Hitch no logra resolver adecuadamente. La película, que por tantas cosas emparenta directamente con las comedias de contemporáneos de los 40 como Leo McCarey, George Cukor, Frank Capra, Howard Hawks, Billy Wilder, Preston Sturges o Mitchell Leisen, no comparte su ritmo, sus vertiginosas transiciones, su verborrea acelerada, ni utiliza con acierto ni continuidad el humor visual. Las secuencias son largas, las situaciones son mayormente estáticas, carecen de dinamismo y agilidad, dependen en exceso de los protagonistas (los secundarios carecen de dimensión propia y no hay subtramas en las que puedan desenvolverse con personalidad diferenciada), en especial del encanto y la comicidad de Lombard y del sarcasmo de Montgomery, y el clímax resulta algo fallido, escaso, pobre de elaboración y falto de garra. Hitchcock sigue manejando adecuadamente el suspense, en este caso romántico (con su socarrona crítica al concepto de matrimonio), remite directamente a las relaciones de encuentro y desencuentro de las jóvenes y joviales parejas protagonistas de algunas de sus celebradas películas inglesas de espionaje, de sus deliciosos carruseles de entradas y salidas, idas y venidas, subidas y bajadas a lo largo y ancho del MacGuffin, pero no termina de cuajar a pesar de que en todo momento se percibe visible (y ahí está el plano de conclusión para acreditarlo) la vieja máxima hitchcockiana: “rodar las escenas de amor como las escenas de asesinato, y las escenas de asesinato como escenas de amor”.