Revista Cocina
Era un día gris.
En realidad no llegaba a recordar el exacto color del cielo, tal vez algún rayo de sol se asomaba, pero para Ema, definitivamente era gris.
Una extraña mezcla de sentimientos convivían en su cuerpo, no lograba descifrar cuál prevalecía sobre los demás. Necesitaba definir su estado anímico del día. Era confuso. Era gris.
No podía quedarse quieta, necesitaba hacer algo con todo lo que tenía adentro, debía canalizarlo, pero ¿cómo? El no entenderse del todo le imposibilitaba decidir que rumbo tomar. Se tiro en la cama. Prendió la tele.
Cambiaba de canal, esperaba dos segundos y volvía a cambiar. Sin siquiera saber si le interesaba lo que había. Se detuvo cuando vio a unas manos robustas amasando sobre una fría mesada de mármol. La fuerza y pasión que ponían en cada uno de sus movimientos le llamó la atención. Empezó a sentir la conexión que tenían esas manos robustas con su masa, como se iban hundiendo en la preparación. De repente, las manos tomaron la masa y empezaron a dar fuertes golpes contra la mesada. ¿Qué querría decir eso? Parecía estar enojado, desquitándose de algo. Luego al escucharlo aprendió que para que ese futuro pan tenga la textura perfecta necesitaba de algunos buenos chirlos.
Ema encontró que hacer. Iba a amasar un pan por primera vez en su vida.
Quería sentir esa conexión con la masa, quería involucrarse, ser parte de ella, agregarle su condimento, su pizca de ser.
Tomo nota de la receta y empezó.
Armó un volcán con harina y lo ahueco en el medio. Luego colocó en el centro la levadura previamente hidratada en agua tibia y una nada de azúcar, agregó medio vaso más de agua tibia y dos cucharadas de aceite de oliva. Espolvoreó los bordes del volcán con sal y algún que otro condimento que encontró por ahí. Empezó a desarmar el volcán, de adentro hacia fuera, integrando los ingredientes líquidos con los secos. Su mano actúaba como un remolino. A medida que la preparación lo pedía, le echaba más agua si era necesario.
Cuando empezó a amasar recordó al señor robusto y le puso el mismo ímpetu. Empezaba a sentirla, empezó a sentir esa sensación que pudo percibir a través de la pantalla. Amasó por diez minutos. Es totalmente necesario amasar un buen rato, pensó. Luego empezó con los golpes. Golpeaba, golpeaba, amasaba. Amasaba y golpeaba contra la mesada otra vez. Sentía que con cada golpe que daba iba soltando todos y cada uno de los sentimientos molestos que daban vueltas dentro suyo. Luego volvió a amasar. Dejó leudar la masa sobre una tabla de madera, tapada con un repasador durante unos minutos, hasta que dobló su volumen. Luego la aplasto, estiró y colocó los ingredientes que tenía a mano, en este caso aceitunas fileteadas con ajo, romero y nueces picadas. Las puso en el medio de la masa, la enrollo y armó un bollo. Lo colocó en una placa aceitada y empezó a aplastarlo para que este tome la forma rectangular de la placa. Lo llevo a un horno moderado por treinta/cuarenta minutos. Ya se sentía conectada con otros sentimientos, sentía un libre fluir dentro de su cuerpo, una energía que renacía, que se liberaba. Empezaba a percibir los rayos de sol de ese día gris.
Una vez listo convirtió al pan en focaccias. Espero que se enfríe, lo corto en finas rodajas y las tostó. En ese momento sonó el timbre. Eran su hermana y el novio. Recién llegados del cine, risueños y enamorados. Mientras ellos contaban lo hermosa que había sido la película. Ema les ofreció de su pan. La parejita de tórtolos solo interrumpían su relato para besarse o comer. Sin darse cuenta, entre los dos se comieron todo el pan. Ema ni llego a probarlo. El relato de la película estaba llegando a su parte crítica cuando algo en el aire comenzó a cambiar. Su hermana y su cuñado empezaron a sentir una extraña mezcla de sentimientos conviviendo en su cuerpo. Ya no había tanta alegría en el ambiente. Empezaron a discordar sobre detalles de la película, luego surgió una discusión sobre el arte contemporáneo, seguido de una escena de celos. El cuñado de Ema decidió irse. Dió un portazo, por las dudas.
Cuando Ema le preguntó a su hermana que le pasaba ella solo contestó:
¨No se que me pasa. Venía de un hermoso día, pero de un momento a otro, todo está mal, todo está gris.¨
Fotomontaje: Malena Soto.