Revista Cine

Backside kickflip 360

Publicado el 14 marzo 2010 por Ventura

Cuando salgo a la calle en busca de aventura con mi tabla de skateboard, debo volcar toda mi capacidad de observación sobre el entorno urbano que va pasando de forma fugaz ante mis ojos. Antes de posar mi tabla sobre el elemento del mobiliario urbano que he escogido para ejecutar un truco, debo ser capaz de imaginar todos los movimientos con los que le voy a poner en práctica y sus posibles alternativas. Así por ejemplo, cuando veo una barandilla que me llama la atención por su inclinación o por su forma geométrica,  imagino el grind que resultaría más apropiado para superarla. Desde un nose grind hasta un tail slide, para acabar con un kickflip a la salida si hay mucha gente mirando.

Creo que mi condición de skater no dista mucho de la que ocupo cuando soy espectador de cine contemporáneo; ante mis ojos pasan a elevada velocidad imágenes devenidas en volubles por la incapacidad de clausurarlas a través de un relato. En ambos casos, para superar esa imposibilidad debo darlas sentido imaginándolas hasta conformar una idea derivada de su conjunción. Imaginar esas imágenes supone construir un relato propio a partir de los infinitos puntos de fuga que ofrece el actual estatuto de la imagen. Cuando no consigo recordar esto, quedo atrapado en su fetiche y arrastrado en su eterno transito a la deriva, su experiencia pasa sin imprimir ningún tipo de huella. Algo parecido a cuando me deslizo por la ciudad sin encontrar en ella nada especial sobre lo que abalanzarme con mi tabla.

Esta puede que sea la razón por la que últimamente me siento como un adolescente cuando salgo de una sala cine. Tengo la sensación de que en el tiempo que estuve dentro, tuve que hacer un ejercicio homologo al que me llevó a superar el tiempo convulso de la adolescencia. Es decir, a construir una narración ordenada de los acontecimientos de mi vida hasta conformar una voz propia que me permitiera relacionarme con el mundo. Haciendo memoria, entiendo ahora que la necesidad de ese relato nació al descubrir que la imagen que fui construyendo durante mi infancia y adolescencia llegaba a completarse finalmente en una forma tan compleja como atenazadora. La solución a su problema pasaba exclusivamente por deshacerme de ella imaginándome en un tiempo futuro.

Sin embargo, cuando veo una película clásica me siento como un niño. Recibo imágenes a las que no debo añadir nada, por estar perfectamente construidas gracias a la causalidad de una historia que las engarza férreamente. Solo debo pensarlas desde criterios técnicos y artísticos que han sido dictados como en una escuela. Aunque perplejo por lo que veo, prefiero sentirme como un adolescente en una contingencia donde toda una herencia cultural ya no tenga capacidad de obrar en el momento que percibo una imagen, que en el ensimismamiento feliz de la infancia, donde la negación de mi capacidad de decisión en lo que recibo, me coloca en una posición extremadamente vulnerable.

Quizás esa simulación de un estado en el que todo podía ocurrir esté influyendo en mis habilidades. A veces, cuando busco lugares donde practicar mi imaginación se cofunde con mis recuerdos como en una antigua película de 8 mm. Entonces, ante la imposibilidad de conseguir ejecutar truco alguno, vuelvo a casa y leo The disposable skateboard bible de Sean Cliver, para encontrar la inspiración perdida mientras imagino en acción a mis ídolos de la tabla;  Tony Hawk, Steve Caballero y Stacy Peralta. Mi favorito de los tres.

Me caigo pocas veces, pero de cada caída he aprendido, mientras vuelvo a casa describiendo trayectorias inexplicables, que cuando un truco tiene ese fatal desenlace se debe a que existe una separación inevitable entre lo que imaginé y lo que puse en práctica. Que además es la misma que media entre la forma en como espero que sea mi vida y como la vivo. Es decir, materia inimaginable a pesar de su existencia. En cierta manera equiparable a la idea de muerte que atraviesa los cuatro trabajos más interesantes de Gus Van Sant (Gerry, Elephant, Last Days y Paranoid Park). Aún siendo la única certeza de la vida, resulta imposible superarla a partir de una imagen devuelta por su representación.

Los círculos y circunvalaciones que describen los personajes de esa tetralogía no son más que intentos por topografiar un espacio real por el que todos transitamos, pero que a pesar de su condición, solo podemos acceder a él mediante ejercicios de memoria como el que estoy poniendo en práctica sobre este diario. Entre otras cosas, para que cuando lo lea, las pequeñas paranoias que sufre últimamente mi cabeza desaparezcan junto con la música de Nino Rota que sirvió de banda sonora a las películas que nunca vi.

Backside kickflip 360

Ricardo Adalia Martín.


 


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