Un hombre de mediana edad se encuentra inmerso en una depresión. Podría ir al psicólogo, darse al alcohol o unirse a una secta religiosa. Pero lo que hace es imaginarse a su ídolo futbolístico, Eric Cantoná, lanzando consejos para agarrar las riendas de su vida. Para que los seguidores del Madrid me entiendan, es como si ellos se imaginaran a Guti asesorándoles sobre qué peinado llevar y qué ropa ponerse en la fiesta del sábado. En fin, del Madrid, del Manchaster o del Osasuna, la esquizofrenia se hace patente. Pero ¿es que no estamos todos a un paso de ese desajuste mental? Hay quien escucha la voz de Dios y hay quien escucha la voz de Cantoná, convertido en un dios. Hasta aquí todo bien.
El problema está en que una buena parte de Buscando a Eric se convierte en una sucesión de refranes (dichos primero en francés, con el consiguiente cabreo del protagonista y de los espectadores que no conocemos ese idioma y que acabamos hasta los huevos de la sabiduría popular del astro del balompié, y, sólo después, traducidos para que todos nos enteremos: aquí sí que se siente empatía con el protagonista). Bueno, y así, refrán tras refrán, el protagonista va enderezando su vida. Claro que a mí me hubiera parecido mucho más interesante (e infinitamente más entrañable) que los consejos se los diera mi abuela. ¡Ella sí que tenía un refrán para cada situación de la vida! Pero, en fin, el fútbol es así, hay que seguir trabajando, no hay enemigo pequeño, la pelota es caprichosa, somos once contra once y el cambio climático no lo detiene ni Maradona.
Otro problema de guión se encuentra en la principal historia secundaria: los problemas con y de los hijastros. Entran demasiado tarde en la estructura de la historia, cuando el espectador está pendiente de la historia principal y ya no espera distracciones. Entra a capón, que dirían por ahí.
Como nos tienen acostumbrados el tándem Laverty-Loach, todos los personajes de la película son increíblemente reales, bien construidos y mejor interpretados (incluido el propio Cantoná haciendo de Cantoná). Hay ciertos momentos de humor que funcionan, pero son excepción. La película se vende como una comedia. Entonces, prefiero los dramas dirigidos por Loach y escritos por Laverty, esos que te hacen salir del cine cagándote en la sociedad (Mi nombre es Joe, imprescindible).
Me consta que algunos espectadores disfrutarán mucho viendo los golazos del francés en pantalla grande. No sé si será suficiente para ellos. Para mí no lo ha sido. Ni siquiera cuando toca la trompeta.
FRANK
PD: Otra opinión muy diferente.