Revista Cine
Abandonar la mediocridad, tener el dinero suficiente con el que lograr la felicidad, pagar la casa, el coche, los mejores médicos para la esposa enferma, ser un hombre de palabra y demostrar el amor incondicional a la novia de lengua afilada y cremallera fácil, olvidar los años pasados en la cárcel, ese es el objetivo perseguido en The killing (Atraco perfecto, 1956) por la casta de malditos que deciden dar un golpe: tomar lo que lo sociedad les debe.
Convencido de que no saber de cine no podía llevarle a rodar películas peores que las de los demás, muestra del egocentrismo que siempre le acompañaría, Stanley Kubrick sitúa al antihéroe frente al mundo y logra, a los 27 años, la primera de sus obras maestras. Adaptando una mediocre novela negra de Lionel White. cuya fuerza residía en los saltos narrativos en el tiempo, y con la inestimable ayuda en los diálogos del mordaz Jim Thompson, el director norteamericano juega con el tiempo y el pensamiento ordenado y desentraña la historia de un meticuloso robo en un hipódromo por un grupo de ruines comandado por Johnny Clay (Sterling Hayden). Oprimiendo a los personajes en cada encuadre o creando inolvidables planos de apertura justa para que sintamos, sientan los personajes, la imposibilidad de escapar -de la lente, de la pantalla, del Destino-, demostrando que el montaje y la voz en off pueden marcar la diferencia -la estrella masculina del film le hizo llegar a través de su agente que no estaba de acuerdo con el troceado discurrir de la trama: Kubrick, que ya había tenido que ceñirse a la moral de la justicia final de la historia, maleta vieja de cerradura inútil y perro inquieto incluidos, hizo caso omiso- dejando para la historia algunos momentos de poderosa atracción (la secuencia final con los dos polis atravesando sendas puertas del aeropuerto; Nikki (Timothy Leary), el francotirador racista y de invalidez fingida, tratando de huir; las dianas de silueta humana que acaban de ser agujereadas; los diálogos de hielo y punzón entre George (Elisah Cook) -He visto algo maravilloso cuando venía en el tren esta noche, algo bueno que me pareció dulce.- y Sherry (Marie Windsor) -¿Un bizcocho?-; la máscara de payaso en un hombre de camisa descuidada, traje y sombrero; las repeticiones de los planos y sonidos de la megafonía, de los caballos...), dio muestras de una inusual fuerza y pureza estética, del autor que se asomaba.
De estructura/desestructura mil veces reverenciada por los más reputados cineastas posteriores (¿hay que volver a nombrar al primer Quentin Tarantino?), The killing es un título esencial en el cine, un film noir que se hace escaso de metraje -se le puede achacar cierto aceleramiento en la recta final-, un prodigioso puzzle de notable éxito de crítica, aunque moderado en la taquilla, que supera las décadas y revisiones con matrícula y que reafirmó a su director en el camino emprendido. A partir de ese punto, cada vez que su nombre apareciera en la pantalla sería garantía de obra mayor, placer visual, qualité. Quizá Johnny Clay no llegase a Boston, pero Kubrick, con The Killing, escaló el primer peldaño que lleva a la gloria. En su caso, una gloria sin mácula en el patio de butacas.
The killing (Atraco perfecto, 1956)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 9 títulos de S. Kubrick: Paths of glory (Senderos de gloria, 1957); Spartacus (Espartaco, 1960); Lolita (1962); Dr. Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the bomb (¿Telefóno rojo? Volamos hacia Moscú, 1964); 2001: A space odyssey (2001: Una odisea del espacio, 1968); A clockwork orange (La naranja mecánica, 1971); Barry Lyndon (1975); The shining (El resplandor, 1980) y Full metal jacket (La chaqueta metálica, 1987).