DOCTOR HACKENBUSH: ¿Ya has olvidado aquellas noches en la Riviera cuando los dos contemplábamos el cielo? Éramos jóvenes, alegres, inocentes. La noche en que bebí champaña en tu zapato – dos litros. Hubiera cabido más, pero llevabas plantillas. ¡Oh, Hildegarde! No es que me importe, pero, ¿dónde está tu marido?.
MRS. UPJOHN: ¡Ha muerto!
DOCTOR HACKENBUSH: Seguro que sólo es una excusa.
MRS. UPJOHN: Estuve con él hasta el final.
DOCTOR HACKENBUSH: No me extraña que falleciera.
MRS. UPJOHN.:Lo estreché entre mis brazos y lo besé.
DOCTOR HACKENBUSH: Entonces fue un asesinato. ¿Te casarías conmigo? ¿Te dejó mucho dinero? Responde primero a lo segundo.
MRS. UPJOHN: ¡Me dejó toda su fortuna!
DOCTOR HACKENBUSH: ¿No comprendes lo que intento decirte? Te amo. Pensarás que soy un sentimental, pero ¿te importaría darme un mechón de tu cabello?
MRS. UPJOHN: ¿Un mechón de mi cabello?
DOCTOR HACKENBUSH: Y no te quejes. Te iba a pedir toda la peluca. Cásate conmigo y tendremos nuestra propia familia.
MRS. UPJOHN.: Oh, sería maravilloso. Y dime, cariño, ¿tendríamos una bonita casa?
DOCTOR HACKENBUSH: Pues claro. No estarás pensando en mudarte…
MRS. UPJOHN: Temo que después de llevar algún tiempo casados, encuentres una mujer hermosa y te olvides de mí.
DOCTOR HACKENBUSH: No te olvidaré. Te escribiré todas las semanas.
A day at the races. Sam Wood (1937).