Revista Cultura y Ocio

Drama Queen y el alquiler perdido

Publicado el 21 marzo 2014 por Otroscuentos

Llega un momento en todo espécimen cada vez más raro de ser humano que se precie en el que tiene que empezar a plantearse abandonar el cómodo nido y ponerse en la búsqueda de un nuevo hogar. Es la época plateada que pensabas que no llegaría: Ikea empieza a formar parte de tu vida y las conversaciones entre amigos dejan paso a “he encontrado la cortina del baño perfecta” o “mi plaza de garaje es más grande que la tuya”. Te consuelas pensando que, por lo menos, no eres tan aburrido como aquellos que no paran de hablar de pañales y noches sin dormir, pero no es lo mismo… Te haces mayor (da igual si tienes 27 como si tienes 42). La vida ya no consiste en encerrarte en tu cuarto y taparte con la almohada cuando algo va mal, ahora te apetece tener una cocina grande con un buen frigorífico para tener fresquitas tus propias cervecitas. Te imaginas haciendo fiestas en las que tienes que cantar bajito en el karaoke a partir de las 12 y jugando al UNO con chupitos de licor sin alcohol por no cogerla “como la de aquella vez”.

Tu vida está cambiando y no hay vuelta atrás.

Y a esto no contribuye, en absoluto, ver los incesantes realities televisivos de pacotilla que dañan seriamente la salud de tu cerebro inconformista. Y no, no me refiero a casas repletas de frescas y chulos de playa, modelos 120-50-90 con cirugía en las pestañas intentando perder peso o a cómo hacer el “pollo au Hacendado” perfecto. Voy más allá: mi mundo mental se derrumba al no encontrar a ningún agente inmobiliario que me regale unas vacaciones en las Bahamas mientras que me hace la mudanza y me encuentra la casa, literalmente, de mis sueños por 415 euros al mes (comunidad incluida).

Me da igual que te rías, pero así de preocupada estoy yo ahora con el tema. Quiero muros que tirar con martillos de plástico para dejar paso a una magnífica cocina con electrodomésticos de titanio de primeras marcas y un bate que me congratule con una acordes celestiales cada vez que tiro de la cadena. Todo ello con música marchosa y planos cortos con mi mejor pose. Quiero una zona REALMENTE bien comunicada, con todos los servicios (sí, también el de catering incluido si el casero accede) y, a ser posible, con la cristalera del salón mirando a las montañas de Hollywood. Bueno, y ya de paso con un montacargas para el jet privado para que las comunicaciones terminen de ser óptimas.

Necesito, por supuesto, un despacho con calidades de lujo (una no subtitula en cualquier sitio) y absoluta intimidad, nada de vecinos indiscretos o de niños ruidosos. El garaje tiene que ser lo suficientemente amplio para la limusina (sí, esa que tendré cuando me toque el cupón que nunca compro) y con un jacuzzi que, por favor, tenga respaldo regulable.

Todo tendrá un sistema de autolimpieza-recoge-mierda-automático que, junto con un sistema domotizado, me dará los buenos días por las mañanas mientras el microondas me avisa con voz sensual de que mi café estará listo en breve.

En cuanto a la búsqueda, nada de anuncios cutres de Internet de segunda mano, mi obsesión me pide varios tipos de cuadrillas con agentes inmobiliarios trabajando para mí. A elegir entre:

a) Un trío compuesto por dos fashion decoradores con grandes aires de grandeza que me insulten por cómo tengo el actual cuchitril en el que vivo y me repitan por activa y pasiva que JAMÁS de los JAMASES podré emular mi estilo en mi nueva casa. Les acompañará Lilian, que se convertirá en mi nueva amiga del alma, a pesar de las discrepancias al comienzo por el color de las paredes, y que aportará el alma  femenina al hogar. La sexualidad de los integrantes no me importa, no soy fetichista. Que huelan bien, eso sí.

b) Una pareja compuesta por dos cuarentones con aspiraciones a actores de cine truncados que se apuestan grandes cantidades de dinero a ver quién nos salva primero el culo. Ni qué decir tiene que arriesgarán su vida con los contratistas más peligrosos por conseguir la casa de nuestros sueños más soñados a buen precio. Estarán dispuestos a cambiarse incluso las caras para regalarnos los ojos mientras van al Ikea a buscarnos los muebles y se apuestan 20 euros al bidé que nos gustará más o al lavavajillas perfecto.

c) Una cuadrilla integrada por A y B que nos encuentre una casa debajo de un puente con aire acondicionado y cierre centralizado… Pero, eso sí, con glamour: debajo del Golden Gate por lo menos, con magníficas vistas a Alcatraz.

Conclusiones: llorar no sirve de nada (si lo hubiera sabido antes.. ¬¬), y tampoco que te entre ansiedad ante tanto mueble usado o ventana traslúcida incompetente o qué sé yo… Que tus parientes, a los que adoras, pongan caras raras y te miren como diciendo: “¿De verdad que te gusta esta mierda?” y que te entre el remordimiento por pensar que estás malgastando un tiempo precioso metidas en casas de otras gentes cuando deberías estar metida en la tuya no debe poder contigo.

Lo sé, esta telebasura es lo que tiene. No fuman ni se emborrachan ni follan (nótese mi tono pasivo-agresivo de hoy) ni dicen palabrotas, pero te envían el peor mensaje de todos:  al final, todo tiene su final feliz. Pero, amig@, la vida en realidad no es así… aunque te veas sonriendo al ver que no hay cola en el Mercadona después de 10 horas en la oficina.

Drama Queen y el alquiler perdido


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