A propósito de un post sobre “las mejores películas de cine espiritual en 2009” (post publicado el 9.I.2010), mantuve un interesante diálogo con José Ramón Moldenhauer a propósito de "Gran Torino". Uno de los puntos en los que coincidíamos era en alabar la figura del padre Janovich, que aparece ante la audiencia como un sacerdote joven, humilde y tenaz, celoso de su feligresía, decidido a cumplir el encargo que la mujer de Kowalski le confió en el lecho de muerte: conseguir que su marido se confesara y volviera a la práctica religiosa.
El filme relata con acierto los denodados esfuerzos del sacerdote por cumplir ese cometido, pero Kowalski lo rechaza destempladamente porque su alma rebosa amargura y porque su orgullo le impide arrodillarse ante un cura tan joven. Tras varias conversaciones y progresivos acercamientos, la amistad consolida; y así, cuando el personaje que interpreta Clint Eastwood presiente que la muerte anda cerca, no dudará en acercarse a la Confesión y reconciliarse con Dios.
Comentábamos José Ramón y yo que no es muy habitual ver en el cine contemporáneo un retrato amable y atractivo de la figura del sacerdote, y menos aún cuando es joven. Hay que retrotraerse a aquella maravillosa cinta de Alfred Hitchcock, titulada “Yo confieso” (1953), para ver algo semejante. En esa cinta se hacía un canto precioso del sacerdote y del sacramento del perdón. Un cura recién ordenado se ve de repente ante un grave dilema moral: su sacristán le revela durante una Confesión que ha cometido un asesinato, y aunque él intenta que se entregue a la justicia, se topa con la cerrazón del asistente, que se va sin recibir la absolución. Atado de pies y manos por el secreto de la Confesión, el sacerdote se verá encerrado en una angustia creciente, con el sacristán circulando por la vicaría y las sospechas de la policía recayendo sobre él, pues su ayudante ha realizado el homicidio vestido con su propia sotana. Cuando encuentren la sotana con manchas de sangre, la tensión llegará su cénit.
En España, quizás por la falta de simpatía a la Iglesia de muchos cineastas, lo habitual ha sido encontrarse en la pantalla a sacerdotes iracundos, vanidosos, “vendidos” al poder político o incluso grotescamente libidinosos. Quizás el ejemplo más claro de esa tendencia es “La mala educación”, de Almodóvar, una visión oscura y pesimista, con un sacerdote pedófilo incapaz de resistir la pasión. Lo peor de esas películas, tan falsas como dañinas para la imagen de la Iglesia, es que además de un claro deseo de atacar la fe y la religión católicas, implican un modo muy bajo de ganar dinero. Como reconocía el propio director manchego, "los ataques a la Iglesia y el sexo son una pareja muy comercial".
Sin embargo, en otros países con mentalidad más abierta descubrimos en los últimos años muchas películas que tratan de reflejar una imagen más verídica, amable y equilibrada de la figura del sacerdote. En "Comprométete" (2002), de Alessandro D’Alatri, el joven y simpático Don Livio aprovecha la homilía de la boda para comprometer a los novios en el proyecto de conciliar las exigencias profesionales con la dedicación a su propia familia. En "El noveno día" (2004), de Volker Schlöndorff (ver fotograma de la izquierda), un sacerdote recluido en un campo de concentración tiene la oportunidad de escapar aprovechando un permiso, pero renuncia a esa posibilidad -tras un maravilloso dilema de conciencia- porque sabe que otros sacerdotes encarcelados dependen de su decisión. Y en "La duda" (2008), ambientada en 1964, el carismático y alegre Father Flynn es objeto de la sospecha de haber mantenido relaciones con un alumno: como en "Yo confieso", vuelve a tratarse el tema de las falsas sospechas y se analizan las consecuencias que puede tener una calumnia para la imageny la vida de la Iglesia.
En definitiva: esperemos que nuestra filmografía reaccione y volvamos a ver sacerdotes alegres y juiciosos, enamorados de Jesucristo y, precisamente por eso, dedicados al servicio de las almas.