Revista Cine

Kiki, el amor se hace

Publicado el 04 abril 2016 por Pablito

Alguien dijo una vez que no existe la normalidad, que todos somos la excepción. Fiel a esta máxima, el director y guionista Paco León destierra en su tercer largometraje el concepto de normalidad. No por no parecerle interesante, sino porque directamente parece considerar que no existe. ¿Quién dictamina lo que es normal y lo que no? ¿Quiénes somos nosotros para sentenciar que alguien no es normal cuando, aunque nunca lo confesemos en público por puro pudor, todos tenemos manías, filias o aspectos ocultos de nuestra personalidad que no encajarían con lo que entendemos como persona normal? Kiki, el amor se hace (2016) es una extraordinaria celebración de lo diferente, un espejo al que mirarnos para comprobar que, en contra de lo que siempre habíamos pensado, no somos ningún bicho raro. Más que una película, el tercer trabajo de Paco León es una fruta refrescante a la que dan ganas de hincarle el diente y devorar por completo; una fruta que, mientras la engulles, no quieres que se termine, ya que la sensación de plenitud y satisfacción que te está proporcionando comértela no es comparable con nada. Kiki, el amor se hace es un nuevo triunfo de un cineasta que, tal como ocurrió cuando alumbró Carmina y Amén (2014), vuelve a sorprender por su espectacular paso hacia adelante como cineasta.

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Escrita por el propio director junto a Fernando Pérez, este tercer film del icónico Luisma de Aída, gira en torno a 5 historias diferentes protagonizadas por personajes con algún tipo de filia sexual. Dichas historias, que se desarrollan en un cálido verano en la ciudad de Madrid, se conjugan de forma amena, haciendo la jugada sumamente digerible y atractiva al espectador, el cual queda atrapado en este festín de color, de vida, de energía y pasión desde sus portentosos y originales títulos de crédito iniciales. Bien mezclados, es imposible quedarse con uno solo de los cinco relatos que integran este artefacto que dan ganas de ver una y otra vez -¡quiero ver en bucle esta película durante el resto de mi vida!-: todos tienen el potencial, la gracia y la entidad cinematográfica suficiente para que nos sea realmente difícil escoger sólo uno de ellos. Tan brillantes me parecen todas las apariciones de Belén Cuesta -ojo a su primera intervención, absolutamente inolvidable-, como cada uno de los intentos de Candela Peña por hacer llorar a su marido o la refrescante espontaneidad de la siempre divertida Alexandra Jiménez, que es la encargada de poner el broche de oro a la película con una impensada historia de amor -algo nada casual, ya que al fin y al cabo es el amor el auténtico motor del film-.

Las expectativas de cara a su tercera película -la primera por encargo- eran altísimas: Paco León no podía defraudar después de esa obra maestra llamada Carmina y Amén. Y lo cierto es que, lejos de decepcionar, el cineasta añade otro éxito mayúsculo a su fulgurante carrera como director. Kiki, el amor se hace, certifica que el talento de Paco León -que aquí también podemos disfrutar como actor, otra faceta en la que se maneja a las mil maravillas- es inagotable y, sobre todo, amante de los retos, porque sobre el papel este nuevo proyecto era una jugada arriesgadísima, sobre todo por la tentación de caer en lo zafio y el morbo gratuito, algo que no ocurre en ningún momento. Al revés: Paco León narra cada una de las filias sexuales y encuentros amorosos entre sus protagonistas con bastante sutileza, a pesar de que siempre habrá gente a la que le parezca escandaloso que alguien se masturbe en una Iglesia o que un tío le mee encima a otro. Hay tantas sensibilidades como personas en el mundo, pero, en cualquier caso, la película no está hecha para los que se escandalicen a la primera de cambio: para adentrarse en este festival multicolor se exige un mínimo de madurez. 

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Fotografiada de manera gloriosa por el maestro Kiko de la Rica y recorrida de punta a punto por ese espíritu libérrimo y desprejuiciado que ya es toda una seña de identidad del director,  Kiki, el amor se hace, es una auténtica fiesta de la diversidad, de superación de los complejos rodada con brío, con un impecable sentido de la ética y la estética. Y al final, la película cumple su objetivo: que salgas del cine con ganas de dar abrazos a tu pareja, de celebrar la vida, de enamorarte. Y sí, también de desterrar de tu vocabulario una palabra tan sobrevalorada como la de “normalidad”. Porque tanto tú, que estás leyendo estas líneas, como yo, que las estoy escribiendo, somos la excepción.


Kiki, el amor se hace


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