Hoy, Miércoles de Ceniza, me parece un día muy apropiado para recordar la conversión al catolicismo de Alec Guiness, uno de los mejores actores del siglo XX. Este relato, contado por él mismo en sus memorias, puede llenarnos de optimismo a la hora de afrontar esa conversión personal que nos pide la Cuaresma.
Nacido en Londres en 1914, el joven actor destacó pronto por su capacidad para retratar una amplia gama de personajes. Su interpretación de 'Hamlet' en el escenario londinense (1938) dejó una huella histórica, y cuando dio el salto al celuloide, su éxito fue aún mayor. ¿Quién puede olvidar su retrato magistral de 'Fagin' en la películla Oliver Twist (1948), o el humor irónico en la comedia Ocho sentencias de muerte(1949), en la que interpretaba... ¡ocho papeles!?
Años más tarde, ganó el Oscar al mejor actor por su actuación como el coronel Nicholson en El puente sobre el río Kwai (1957). Aunque, para las modernas generaciones, su imagen está ligada al personaje de Obi Wan Kenobi, en La guerra de las galaxias (1977).
En 1959 fue nombrado caballero por la reina Isabel de Inglaterra. Y, sin embargo, en su autobiografía, señaló que su conversión a la Iglesia Católica había sido algo mucho más importante que su carrera como actor. Aquello comenzó, según recuerda, por su interpretación del personaje del Padre Brown, de Chesterton, en la versión cinematográfica.
“Todo empezó cuando rodamos la película sobre el Padre Brown (1954), dirigida por mi buen amigo Robert Hamer. Estábamos en los exteriores de Borgoña cuando tuve una pequeña experiencia de cuyo recuerdo siempre he disfrutado.
Hacia el anochecer me encontraba aburrido y sin saber qué hacer. Vestido con mi negra sotana, subí por el serpenteante y polvoriento camino hacia el pueblecito. En la plaza, los niños chillaban en medio de infantiles batallas, con palos por espadas y tapas de cubo por escudos.
En un café Peter Finch, Bernard Lee y Robert Hamer disfrutaban del primer Pernod de la velada. Me uní a ellos con un modesto Kir [cocktail a base de cassis y vino blanco]. Al saber que no me necesitarían hasta cuatro horas más tarde, me volví a mi hotel. Para entonces ya era de noche.
No había caminado mucho cuando escuché unos pasos apresurados y una voz aguda que me llamada «Mon Pere!» [¡Señor Cura!]. Un chico de siete u ocho años me tomó de la mano y la apretó fuertemente, balanceándola mientras mantenía un parloteo incesante.
No me atreví a hablar por miedo a que mi horroroso francés le pudiera asustar. Aunque yo era un absoluto desconocido, el chico me tomó por un cura y, consecuentemente, por alguien digno de la mayor confianza.
De repente con un «Bonsoir, mon Pere!» [«Buenas noches, Padre»] y una deslavazada reverencia, despareció por un agujero de un seto. El chico había disfrutado de un alegre y tranquilizador paseo a casa, y a mí me dejó con un extraño sentimiento de euforia. Mientras seguía caminando, se me antojaba que una Iglesia que podía inspirar tal confianza en un niño, haciendo de sus sacerdotes -incluso cuando eran unos desconocidos- tan sencillamente accesibles, no podía ser una institución tan intrigante y aterradora como solía ser descrita. Aquel día empecé a sacudirme de encima mis anquilosados prejuicios, tan largamente aprendidos”.
A los pocos días de este incidente, un hijo de Alec Guinness, Mateo, que tenía 11 años, quedó paralítico a causa de la poliomelitis. El pronóstico era incierto. Movido por un impulso interior, cada noche, al terminar el rodaje, Guinness comenzó a frecuentar una pequeña iglesia católica en su camino a casa. Pedía intensamente a Dios la curación de su hijo, y prometió que no se interpondrá en su camino si el niño deseaba hacerse católico.
Felizmente, Mateo se recuperó. Como muestra de agradecimiento, el actor lo inscribió en un colegio católico, y un año más tarde, Mateo anunció que deseaba convertirse al catolicismo. Guinness recordó su promesa a Dios, y accedió a la conversión. Pero Dios quería tenerle mucho más cerca. Movido por la Fe de Mateo, Guinness comenzó a estudiar el catolicismo. Tuvo largas conversaciones con un sacerdote católico y, finalmente, se decidió a hacer un curso de retiro en una abadía trapense. Aquello le dio fuerzas, pero aún no había llegado su momento.
A principios de 1956 -y animado por la actriz Grace Kelly, que era católica-, asistió varios domingos a la Santa Misa mientras rodaba una película en Los Angeles. La doctrina de las indulgencias le frenó aún por ununos meses, pero finalmente dio el paso. Fue recibido en la Iglesia Católica por el obispo de Portsmouth en el verano de 1956. Como señaló poco después: “No ha sido algo precipitado ni tampoco un impulso emotivo: ha sido una decisión que me ha costado la vida entera”.
Seis meses después, mientras rodaba en Sri Lanka El puente sobre el río Kwai (octubre 1956 - abril 1957), su esposa le llamó al set para comunicarle que también ella había tomado la decisión de convertirse. Fue una sorpresa que Alec festejó con todo el equipo de producción. Y, como sucede a veces a los conversos, en aquellos días se sintió movido por un fuerte impulso evangelizador. (Fue justamente el filme por el que recibió el Óscar).
También surgió en él una profunda Fe. En sus memorias recuerda cómo un día, mientras estaba en Sri Lanka, dedicó la jornada que tenía para su descanso en caminar hasta una ermita muy lejana y así poder rezar ante el Santísimo Sacramento.
Sir Alec Guinness, murió el año 2000 a la edad de 84 años. Gracias al padre Brown de Chesterton, que lo llevó “de la mano” (en el encuentro con un niño) hasta las puertas de la Iglesia, murió alegre y feliz en el seno de la Iglesia católica. En sus memorias escribió: “Si de algo debo lamentarme es de no haber tomado antes la decisión de convertirse al catolicismo”.