A veces, estoy acercándome a la entrada del metro y veo a una mujer (casi siempre es una inmigrante) que va a bajar con un carrito de bebé. La gente pasa a su lado, subiendo y bajando, muchos con prisa, y pocos son los que se paran a ayudarle. ¿Tanto cuesta? Algunas, más atrevidas, más cansadas, con menos vergüenza o qué se yo por qué, piden ayuda con educación. La mayoría cargan solas con el carrito sin decir nada. Me pregunto por qué hemos llegado a estos extremos de... no sé, desconfianza (¿es que la gente cree que va a salir corriendo y les va a dejar el carrito y su hijo?) o de ceguera ante algo que ocurre a un palmo de nuestras narices. ¿Cómo hemos llegado a esto? Hasta que ocurre algo que hace abrir los ojos y ver que los que tenemos al lado no son tan raros, no son tan diferentes y que, incluso, son muy parecidos, más, a veces, que los de nuestra propia sangre, que nuestros vecinos de toda la vida, que los de nuestro mismo pueblo.
London River cuenta con dos actuaciones perfectas. Brenda Blethyn lo consigue en todas las películas y ya no sorprende. Esta actriz realiza siempre interpretaciones tan perfectas que parece que ya no hay que valorarlo: la rutina de la perfección. ¡Pero hay que decirlo una vez más! Brenda Blethyn es asombrosa. Es capaz con un gesto de unos pocos segundos transmitir que ha vuelto a fumar después de veinte años. Con un solo gesto de unos pocos segundos en un plano corto. Bueno, esto es una anécdota dentro del completísimo trabajo que hace en toda la película.
Y el coprotagonista se encuentra a la altura. ¡Vaya duelo! Sotigui Kouyaté ganó el Oso de Plata al Mejor Actor en el Festival de Berlín de 2009. Con estos dos actorazos, el espectador se mete en la piel de los protagonistas, en su angustia y algo raro, vivo, comienza a moverse en el estómago. Sus vidas en esas semanas de angustia se entrecruzan y el espectador está en medio de todos esos sentimientos, en medio de esas sutiles miradas de miedo, de temor, de comprensión, de vergüenza, de arrepentimiento, de cariño, de dolor. Una riada de sentimientos entre dos personas que casi no se hablan, pero que, finalmente, se conocen (y se reconocen) el uno al otro.
FRANK