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Palabra de Rafael Azcona

Publicado el 13 enero 2025 por 39escalones
Palabra de Rafael Azcona

«Y llegué a Madrid la víspera de mi cumpleaños número veinticinco… Otoño de 1951.

Yo nunca había estado en un pueblo tan grande y, al principio, anduve un tanto despistado: no se le puede preguntar a un guardia dónde dan coronas de laurel. Poco tiempo duró mi desorientación: con una rapidez que a mí mismo me sorprendió, localicé el Café Varela, en el que, si no daban coronas de laurel, daban asiento y agua gratuitamente a todo sujeto capaz de subirse al tablado el viernes menos pensado para, desde la tarima, decir tranquilamente su «triste» a través de un altavoz.

Siempre recordaré emocionado a aquellos camareros… El poeta se sentaba y ellos, sin preguntarle nada, le ponían su botella de agua fresca y su vaso. Yo creo que en aquel café consumí más agua que una central eléctrica, prácticamente, durante seis meses no tomé otra cosa. Bueno; un momento… En realidad, de vez en cuando alguien me invitaba a café con leche, y cada día tenía asegurados mis dos o tres pedazos de patata frita, hurtados con toda naturalidad del plato en que se las servían a Eduardo Alonso, aguerrido capitán de la tropa poética… Mi mano, como si fuera un pájaro, picoteaba en el platillo mientras mi otra mano escribía febrilmente sus «tristes» de rigor; mi boca, como si fuera otro pájaro, cantaba entre patata y patata sus más encendidos endecasílabos… Y así seis meses.

Aquel medio año me sirvió de pretexto para gozar de los encantos de eso que llaman «vida bohemia»; allí tuve ocasión de ver tantas cosas y tan «como la vida misma», que con sólo apuntarlas en un papel tendría hecho el más guapo de los guiones para películas neorrealistas. Allí, también, conocí a personas que me demostraron que el «homo sapiens» no es únicamente una cosa que tose, hace pipí y se llama don Manuel; allí conocí a personas que, además de escribir sus «tristes» de reglamento con mejor o peor fortuna, eran capaces de mejorar el récord de humanidad que tienen establecido esos sujetos a los que llamamos «humanitarios» y «humanísimos» sólo porque cuando ven a un anciano paralítico no le propinan un puntapié en salva sea la parte o en el mismísimo paladar.

Y fue allí, en el Café Varela, donde me di cuenta de que estaba haciendo el ridículo: una tarde descubrí que en la vida ya está todo perfectamente rimado… El almendro tiene su cielo azul y el bacalao tiene su tomate; las señoritas rubias tienen su tez blanquísima y el domingo tiene sus niñeras y sus soldados; la luna tiene sus manchas y la barraca de feria tiene su monstruo.

Me «quité» de poeta para «meterme» a humorista: la vida, además de sus consonantes perfectas, tiene también sus ripios… -Lo mejor que uno puede hacer es tratar de eliminárselos -me dije. Y me puse a ello.

En julio de 1952, publiqué en La Codorniz mi primer original.

Desde aquella fecha hasta hoy, he seguido limando ripios a través de artículos, cuentos, chistes y etcéteras. Me encuentro estupendamente haciendo esas cosas: tirarle de la barba a la severidad, a la tristeza, a la melancolía y a la estupidez es una delicia. De verdad.

Y ahora, si usted ha llegado hasta aquí, simpatiquísimo lector, mi enhorabuena: si se hubiera ido usted a comer gambas a la plancha, lo mismo podía haberle dado un aire que haber recibido un tejazo en la cabeza.

No me negará que es preferible aguantar el rollo que acabo de colocarle. Y si me lo niega, con su pan se lo coma».

Rafael Azcona, Mi vidorra de escritor (Autobiografía pequeñita) (prólogo al libro Cuando el toro se llama Felipe, Ediciones Tetuán, 1954).


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