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Típica comedia hípica: Saratoga (Jack Conway, 1937)

Publicado el 14 octubre 2013 por 39escalones

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Aquí tenemos a Jack Conway (el tipo arreglado pero informal), Jean Harlow (la rubia por cuya cintura asoma un pulpo) y Clark Gable (el apuesto galán del bigotillo y los amplios pabellones auditivos propietario del susodicho pulpo), los tres principales artífices, director y estrellas protagonistas, de esta comedia ambientada en el mundo de las carreras de caballos, o para ser más exactos, en el circuito de apuestas hípicas, que toma por título una pequeña localidad del estado de Nueva York famosa por su hipódromo y por ser escenario de una célebre batalla de la guerra de independencia estadounidense. Se trata de una película ligera, breve (apenas hora y media) y de ritmo ágil, que, si bien no termina de encajar dentro del fenómeno de la screwball comedy, sí posee retazos de sus temas y su humor loco y ácido dentro del marco dramático general que impulsa el desarrollo de la historia.

Ésta da comienzo cuando Frank Clayton (Jonathan Hale), un acaudalado hombre de negocios venido a menos por culpa de las deudas acumuladas tras años de apuestas a los caballos y que padece una dolencia cardíaca, fallece durante la visita de su hija Carol (Jean Harlow) y su prometido, el famoso millonario Hartley Madison (Walter Pidgeon). El mejor amigo de Frank, Duke Bradley (Clark Gable, en otro peldaño en su escalada hacia la inmortalidad cinematográfica propiciada por su Rhett Butler de 1939), es un corredor de apuestas de buen corazón que durante años ha hecho la vista gorda al dinero que Frank le debía, y que aceptó la escritura de propiedad de su mansión como aval de su cobro a regañadientes, más por impedir que cayera en manos menos complacientes que por afán real de arrebatársela a su amigo. Además, Duke se lleva de perlas con el padre de Frank y abuelo de Carol (Lionel Barrymore), antaño un famoso criador de celebridades equinas triunfadoras en no pocas grandes carreras del pasado (estupendo el momento en que lleva a Duke a visitar las tumbas de los caballos que dieron fama y prestigio a las cuadras de la casa). Se da la circunstancia de que de inmediato nace una rivalidad entre Duke y Hartley: a su distinta clase social se une un antiguo episodio de apuestas en el que Hartley casi arruinó a Duke, además del naciente interés del corredor por Carol, que, como es obvio en este tipo de comedias, da inicio con la antipatía mutua y apuntes de guerra de sexos entre ambos. El puzle de personajes lo completan la vivaracha Rosetta (la gran Hattie McDaniel, aquí con una “s” al final, que se encontraría de nuevo un par de años más tarde en Tara con el amigo Gable) y la pareja que forman Jesse Kiffmeyer (espléndido Frank Morgan), otro millonario cuya fortuna proviene del negocio de los cosméticos y que es alérgico a los equinos, y su esposa Fritzi (Una Merkel, con perdón del apellido), amante de los caballos y de las apuestas que tiene una relación de gran confianza con Duke que despierta los celos de su esposo.

De inmediato, el enfrentamiento de Duke y Hartley por Carol se lleva al terreno de las apuestas. Duke, para resarcirse de su anterior tropiezo con el millonario, intenta engatusar a Hartley, dejándole ganar en algunas apuestas para que se anime e incremente las sumas, a fin de ganarle una buena suma de un solo golpe que le permita retirarse y dejar el negocio. Hartley piensa, por su parte, que así da gusto a su mujer, ya que podría recuperar la escritura de propiedad y lograr que el negocio familiar de cría de caballos siguiera en poder del abuelo Clayton (aunque por la cabeza de Duke no pasa en ningún momento liquidar la deuda vendiendo la propiedad). Algunos momentos de esta lucha sentimental, que ninguno de los tres involucrados reconoce en principio como tal, resultan muy estimables, como la subasta por el caballo contada como una guerra de ingenios, o el momento en que, con Duke escondido bajo la cama, Hartley descubre uno de sus cigarros humeantes en el cenicero que hay en la mesilla del cuarto de Carol. Lo más divertido de la cinta, en cambio, es la interacción de Duke con el matrimonio Kiffmeyer, su abierta y directa relación con Fritzi y los enfermizos celos de Jesse, su esposo, que le llevan a meter la pata, de palabra y de acción, en algunas ocasiones con decisiva influencia en la resolución final de la trama. En este punto, la secuencia del tren, en la que explica a una consumidora de sus productos (bastante poco agraciada) cómo debe aplicarse correctamente el maquillaje (ella se queja de que no se ve mejor con él) resulta muy simpática y efectiva.

A la película le falta locura, surrealismo, velocidad y una mayor profundidad en el juego de equívocos y en el enfrentamiento entre sexos para elevarse a la misma categoría de las grandes comedias locas de los años treinta, si bien se deja ver con agrado y resulta accesible en su brevedad y concisión. Como es la costumbre de la época, algunas secuencias vienen aderezadas con diálogos rápidos y chispeantes, aunque se echa de menos una mayor carga vitriólica y más ingenio en el diseño de situaciones que incremente las cargas de profundidad y el efecto paródico, tanto en el retrato de los sexos como de la conciencia de clase social. El oficio de Conway consigue un producto equilibrado, merced al guión de Anita Loos, en el que intercala secuencias de carreras con la acción en sí misma, así como una sabia utilización de planos de detalle (el citado del cigarro en el cenicero, o el plano final, con las manos de los enamorados entrelazadas en primerísimo primer plano) y que está erigido a la mayor gloria de su pareja protagonista, un Gable que derrocha encanto, atractivo, desenvoltura y humor, no sin cierta cara dura (su muletilla favorita es un “te quiero” que va soltando a propios y extraños), y una Harlow que luce en todo su esplendor (de manera algo timorata: nos encontramos con un producto típico de la era del Código Hays), especialmente en las secuencias en las que viste ropa de cama.

Una típica comedia hípica con final feliz, filmada el mismo año que Un día en las carreras (A day at the races, Sam Wood, otro visitante temporal en el universo de Lo que el viento se llevó), el gran éxito de los hermanos Marx, y que en su planteamiento más elemental bien hubiera podido constituirse en soporte dramático sentimental para una de las desternillantes correrías de Groucho, Chico y Harpo.


Típica comedia hípica: Saratoga (Jack Conway, 1937)

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