Revista Cine

Tomorrowland

Publicado el 26 mayo 2015 por Diezmartinez

Tomorrowland
En Tomorrowland (Ídem, EU, 2015), su cuarto largometraje –y segundo de acción viva-, Brad Bird ha permanecido fiel a un discurso que, a estas alturas de su carrera, es obviamente personal: que el mundo está ahí, esperando a ser conducido y liderado por los mejores, los más arriesgados, los menos temerosos, los que no se dan por vencidos, los que se creen capaces de todos. Los soñadores, pues.En sus dos cintas animadas para Pixar, Los Increíbles (2004) y especialmente en su obra maestra Ratatouille (2007), el discurso es muy claro: no hay que esconderse tras la modestia ni el anonimato. No hay que temer ser un “increíble” ni, mucho menos, un auténtico artista. Por lo mismo, hay que enfrentarse cada vez que se pueda a los burócratas sin talento y a los resentidos come-cuando-hay. No hay mejor escena para describir el êthos birdiano que el célebre monólogo final de Anton Ego, en Ratatouille: “No todo mundo puede convertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lugar”.Y en Tomorrowlandhay dos personajes birdianos por excelencia que provienen de “cualquier lugar”. El primero es un inquieto niño llamado Frank Walker (Thomas Robinson), que llega a la Feria Mundial de la Ciencia en el Nueva York de 1964 a presentar un invento que no funciona –un propulsor personal como de Los Supersónicos- pero que puede mejorar el mundo simplemente por ser divertido. La segunda es una adolescente preguntona, Casey Newton (Britt Robertson, robándose la película), que no ha perdido la esperanza de viajar al espacio ni tampoco las ganas de solucionar los problemas que aquejan al mundo: la sobrepoblación, las hambrunas, la contaminación, las guerras, la inseguridad y las películas de Marvel.¿Qué tiene que ver un niño que creció en los 60, cuando el futuro era sinónimo de optimismo, con una adolescente contemporánea que, a contracorriente generacional, no es indolente ni cínica ni apática? Que el niño crece para convertirse en un escéptico, aislado y descuidado George Clooney y que la jovencita Newton se encontrará con el Frank adulto y gruñón pues, acaso, sin saberlo, ella tiene la solución para acabar con todos los problemas del planeta –la verdad, con que desapareciera al Partido Verde le estaríamos muy agradecidos por estos lares. La cinta, escrita por el propio Bird y Damon Lindelof tiene una estructura curiosa: inicia con Clooney, hosco y pesimista, contando frente a la pantalla la historia que vamos a empezar a ver, hasta que es interrumpido por Miss Robertson, que toma la voz para darnos una versión más ligera y esperanzadora. Antes escribí que Miss Roberton le roba la película a Clooney: más bien, Clooney se hace a un lado, porque Tomorrowland es la historia de la optimista, luchona, curiosa y arriesgada Casey, no la del viejo, mal rasurado y cínico Frank Walker.Aclarado el tono del filme, Tomorrowland avanza con dos bien ejectuadas e imaginativas secuencias de acción (en una tienda retro-geek y en la casa en la que se oculta Frank) para luego estancarse cuando Walker y Casey llegan juntos a la Tomorrowland del título, ese mundo perfecto que, en realidad, no lo es tanto. Los problemas de la película radican, en gran medida, en esa segunda parte en la que todo el discurso ya mencionado de Bird se verbaliza machaconamente. Y luego, la cereza del pastel: la presencia de Clooney y Miss Robertson al inicio del filme se repite en el cierre, con un desenlace que desemboca en una secuencia digna de comercial de escuela patito. Sin embargo, mentiría si dijera que la propuesta visual y narrativa de Tomorrowlandno me atrapó en la primera mitad y que, con todo y el desenlace ya descrito, permanecí inmune a la lección impartida por Bird, que no es más que una encendida loa al riesgo y a la innovación, pero también a la acción cotidiana y simple de quienes tratan de construir un mundo mejor. Algo así entre el optimismo capriano y el voluntarismo de Steve Jobs. Supongo que, a veces, no me da la gana ser tan cínico.

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