El teléfono sonó varias veces antes de que Anna fuera a contestar. No lo sabía aún, pero aquella iba a ser la conversación telefónica más importante de su vida. Al otro lado del teléfono sonó una voz grave: “¿La señorita Anna Romano?”. “Sí, soy yo”. “Un momento, se va a poner el Santo Padre”.
A Anna casi le da un síncope. De repente, recordó que hacía dos meses había escrito al Papa Francisco una carta muy breve, con tachones y con deficiente caligrafía. Le decía que tenía 35 años, que había nacido en Roma, y que había estado a punto de abortar. Le contó el tremendo mazazo que se llevó cuando le dijo a su novio que estaba embarazada y él le respondió que estaba casado y tenía un hijo. Lo peor estaba aún por llegar: además de abandonarla, le pidió sin contemplaciones que abortara, ya que no estaba dispuesto a hacerse cargo del niño.
Engañada y abandonada, no sabía qué decisión tomar. No tenía apoyo ninguno; y, sin embargo, el pensamiento de abortar a su propio hijo le provocaba auténticas pesadillas. “En ese momento me sentí la persona más infeliz del mundo”. Sin embargo, en mitad de la tormenta se armó de coraje y decidió tener el hijo. Antes de irse de vacaciones a casa de sus padres, en Gallipoli, escribió la carta al Santo Padre para contarle esta historia, con pocas esperanzas de recibir respuesta. A su regreso a Roma, le esperaba esta agradable sorpresa.
Era el martes 3 de septiembre, sobre las cuatro de la tarde. “Dejé que el teléfono sonara varias veces porque llamaban de un número fijo de Roma que no conocía”. Tras descolgarlo, oyó el anuncio de que se iba a poner el Papa.
“Esa llamada de pocos minutos cambió mi vida. El Papa Francisco me dijo que había leído mi carta y que había tenido mucho valor: que había sido muy fuerte por haber decidido tener a mi hijo, incluso después de haber sido abandonada por su padre. Nosotros, los cristianos, no tenemos que perder nunca la esperanza… Cuando le dije que quería bautizar a mi hijo, pero que tenía miedo de que no fuera posible por ser madre soltera y divorciada, el Santo Padre se ofreció a impartir el Bautismo a mi pequeño. ‘Yo lo bautizaré, me dijo. Y yo me eché a llorar”.
Fue una llamada muy breve pero tan emotiva como intensa. Anna tiene claro que su hijo se llamará Francisco. “No sé si el Papa encontrará tiempo para bautizar a mi hijo, que nacerá a primeros de abril, pero su llamada me ha hecho muy feliz, me ha dado mucha fuerza”. (Publicado en Il Corriere della Sera).