Revista Cine
Tras acabar la noche del viernes con una gran sesión de risas gracias a la película de Coscarelli, había muchas ganas de afrontar la tercera jornada del festival, la más completa de todas, puesto que se proyectaban cinco películas, aunque no pudimos asistir al pase de Wolf Children, película de animación dirigida por Mamoru Hosoda, director de la magnífica La chica que saltaba a través del tiempo, y que ganó el premio a mejor película de animación en el último festival de Sitges.
Pero el día estaba lleno de nombres importantes, y el siguiente en pasar por la muestra era nada más y nada menos que Francis Ford Coppola. Aunque ahora haya anunciado su intención de volver a la gran industria, su devenir por un cine con muchos menos medios a los que el realizador de El Padrino puede estar acostumbrando, deja claro que sigue siendo un maestro detrás de las cámaras. Y así lo muestra en Twixt, una apasionante relato de terror con muchas reminiscencias de los textos de Stephen King, dónde además logra un maravilloso acabado visual, en la que posiblemente sea su obra más estilística desde Drácula. Jugando con el 3D y con un acabado que recuerda mucho al del Sin City de Robert Rodríguez.
Twixt es una historia de vampiros dónde un escritor en horas bajas se ve inmerso. A medio camino entre lo onírico y la realidad, la pequeña línea que traza Coppola al realizar la obra lleva consigo un juego que rápidamente atrapa al espectador. Cierto es, que desgraciadamente el director comete algunos excesos que impiden elevar a la obra a un punto mayor, ahí está por ejemplo esos momentos de Val Kilmer frente al ordenador, un interludio cómico que realmente sólo sirven para entorpecer a su desarrollo. Pero pese a ello, Twixt es una obra reveladora, quizá demasiado personal para un Coppola acusado de haberse hundido en el fango y que decide hablar de la complejidad de la creatividad. Enfrentándola directamente con el dolor de la perdida, jugando con estos elementos, para la creación de un notable cuento de vampiros, que realmente es un relato aterrador sobre el miedo y el peso de las fuertes tradiciones.
Tras Coppola, otro nombre grande era el que llegaba al festival, aunque en este caso sea por herencia, se presentaba Antiviral, debut en la dirección de Brandon Cronenberg, hijo de David Cronenberg. Realmente lo que deja claro la película es que de casta le viene al galgo, y que lejos de querer desmarcarse de su padre, Brandon demuestra que su aprendizaje cinéfilo ha llegado a través de la obra de su progenitor. Creo que nunca mejor se ha dicho, podríamos comentar que Antiviral es una película completamente enfermiza. Ambientada en un futuro cercano, la gente tiene la posibilidad de comprar las enfermedades de sus estrellas favoritas para poder inoculárselas y padecer las mismas dolencias que las estrellas. No sólo eso, si no que el planteamiento va más allá, gracias a la clonación de células, también pueden comer la carne de esos famosos a los que idolatran, y parece ser que el canibalismo está visto con buenos ojos, cuando se trata de meter en tu cuerpo carne de aquellas personas a las que admiras.
Cronenberg lanza una crítica brutal a la idealización de la fama en los tiempos que corren, lo dice claro y conciso, ser famoso no es ningún logro, simplemente es una necesidad social, dónde como zombis, los seres humanos necesitan alguien a quien admirar. La codicia por ser el primero en tener algo, y también en sacarlo a la calle, en lo que sin duda es también un pequeño rapapolvo contra la piratería, lleva al protagonista, un sensacional Caleb Landry Jones, a contraer una enfermedad mortal de la que buscará la forma de librarse a toda costa, mientras que otros intentarán a hacerse con dicha enfermedad. El tono enfermizo de la cinta es constante, y remite mucho, especialmente, a los inicios de su padre. Hay mucho en Antiviral que nace directamente de las entrañas de Videodrome e Inseparables, pero incluso su juego de organizaciones nos trae fácilmente a la cabeza alguna conexión con Cosmópolis, obra que su padre rodaba al mismo tiempo. Cronenberg sabe jugar con la cámara, acercarla de forma grotesca e incómoda, haciendo que el espectador tenga que retorcerse e incluso apartar la vista, en lo que pese a todo, no hay que olvidar que es una ópera prima, de un cineasta en ciernes que ya desde su primera película comienza a demostrar un gran talento.
El plato fuerte de la noche llegaba con The Cabin in the woods. La película se debería haber estrenado en España hace unos meses, pero problemas con su distribuidora han hecho que no se pudiera llegar a ver en salas comerciales, y aún queda pendiente que finalmente llegue, aunque sea directamente en video, un lugar que desde luego no corresponde a una cinta que ya se ha ganado, por méritos propios, la etiqueta de clásico de culto. Resulta harto complicado hablar de The Cabin in the woods sin revelar ninguna de las múltiples sorpresas que acontecen a su desarrollo, algo que ni en sus tráilers comerciales han sabido mantener en secreto. Lo que resulta más excitante de todo, es que tras un segundo visionado, y conociendo ya en qué consiste el juego, la película no sólo no pierde fuelle, si no, que además consigue resultar igual de divertida y apasionante.
El guión firmado por Joss Whedon, y dónde la herencia de su obra se hace palpable, especialmente en un último tramo que evoca rápidamente a Buffy Cazavampiros, satiriza con las reglas del cine de terror. Transforma a sus personajes en estereotipos forzados, juega con la metarreferencia de la misma forma que otras obras del género han hecho recientemente, como Scream 4 o Castigo Sangriento. Y convierte el final de la obra, en toda una declaración de amor al cine de género. Poco más comentaremos de una película que no merece ser comentada, si no disfrutada sin mayor conocimiento. Tras una fiesta como la que provocó la noche del sábado, resulta aún más triste ver como finalmente esta película no pasará por nuestras pantallas, más aún cuando a buen seguro acabará convertida en uno de los grandes clásicos del género.
Tenía, la sesión nocturna, la difícil misión de superar el nivel de carcajadas que había provocado John Dies at the End. Aún así, el título, Dead Sushi, prometía, y desde luego que no dejó a nadie sin reírse durante toda la sesión. Si resultaba complicado tratar de hablar de The Cabin in the woods sin contar nada, más difícil resulta hablar de una película como Dead Sushi que realmente no tiene ni pies ni cabeza. La historia nos habla de un viejo científico que fue traicionado, y como venganza, encontrará la forma de hacer que el sushi tome vida convirtiéndose en unos aperitivos asesinos.
La idea de por sí, ya resulta extraña y bizarra, pero su planteamiento lo es más aún. Y es que la línea argumental es tan fina, que la película acaba por dejar de tener sentido en busca del gag estúpido. Pero esto lo hace de manera notable, cada vuelta de tuerca resulta más extraña, ridícula, inimaginable y tan rocambolesca que hace imposible parar de reír. Un sinsentido que en su recta final se vuelve completamente insólito, con un hombre atún cargado con un hacha, zombis infectados por culpa del snack, un sushi gigante convertido en acorazado, sushis que procrean para mantener viva a la especie, y sobre todo, un personaje para el recuerdo. El pequeño sushi de tortilla llamado huevón, un pequeño marginado que se convertirá en héroe de la función. Un notable acierto de la programación programando una película como ésta a estas horas de la madrugada, convirtiendo, el ya de por si festivo ambiente que había dejado The Cabin in the woods, en un teatro dónde las risas eran incesantes. Una obra de nulo contenido cinematográfico, pero cuya estupidez la eleva a las mayores cuotas del cine bizarro.
Balance: Twixt: 7 Antiviral: 8 The Cabin in the woods: 9,5 Dead Sushi: 7