Berthe Morisot, figura clave del impresionismo, aportó una mirada íntima y femenina al arte moderno del siglo XIX. Con una sensibilidad única para la luz y el color, retrató escenas cotidianas con una frescura inédita, elevando lo doméstico y lo natural a una categoría poética. Su hija Julia, su marido Eugène Manet y los jardines de Bougival fueron musas de una obra donde el instante y la emoción se funden con elegancia y modernidad.
En un mundo de hombres con levita, sombreros de copa y bastón, aparece en escena una elegante e introvertida mujer, Berthe Morisot; una pintora con encanto y dotada de gran talento para el uso del color y la luz que aportó su visión femenina al gran legado impresionista.
El movimiento impresionista llegó de forma polémica y con no poco rechazo por parte de los academicistas tradicionales, para posteriormente erigirse en una revolución que abrió la pintura moderna.
Pero, ¿qué produjo esta confusión inicial? Uno de los motivos fundamentales fue la elección de los temas. Estos pintores ya no ponían la atención en los hombres ilustres, tampoco en sus grandes hazañas, como antaño. La modernización artística fue plasmar lo cotidiano, los hábitos y costumbres de la gente común y anónima. Su mirada y su pensamiento se dirigían con veneración a la naturaleza, pintando elementos y escenas cotidianas como marinas, playas de aguas agitadas o calmas, paseos arbolados, etc.


Días de primavera. Las obras La caza de la mariposa y Eugène Manet y su hija en el jardín de Bougival, de Berthe Morisot, ambas de finales del siglo XIX.
Estos artistas innovadores compartían reminiscencias del estilo de los paisajistas del Realismo: pintar directamente los elementos de lo observado. Pero lo que les singularizó fue una mirada atenta a los efectos luminosos, a la “impresión” visual de una atmósfera, con las variaciones de tonalidades, matices o colores que se producían cuando sacaban los lienzos al aire libre para plasmar un instante puro. Para que esto sucediera, se dio el hecho de que el óleo ahora se podía transportar en tubos de estaño, lo que evitaba que los colores industriales se secaran y permitía transportarlos al aire libre. Para captar este instante único, la forma se creaba con una pincelada rápida, corta, yuxtapuesta, aplicando colores puros directamente, captando la esencia del motivo.

Eugène Manet con su hija en el jardín (1883).
En un París artístico y polémico como el de la segunda mitad del siglo XIX, un mundo de hombres con levita, sombreros de copa y bastón, aparece en escena una elegante e introvertida mujer, llena de encanto: Berthe Morisot (1841-1895). Esta pintora, dotada de gran talento en el uso del color y la luz, fue acogida por este grupo impresionista. Su obra llena de belleza y armonía es un libro íntimo de su vida.
Berthe Morisot, hija del magistrado Tiburcio Morisot, nació en la ciudad francesa de Bourges, pero se trasladó a París cuando a su padre le nombraron consejero del Tribunal de Cuentas. Berthe compartía su vocación artística con sus hermanas Yves y Edma. Sus padres, amantes de las artes, alentaron la pasión de sus hijas por el dibujo y la pintura poniéndolas bajo los consejos y enseñanzas de Corot, entre otros maestros.

Día de verano (1879).

Berthe Morisot con un ramo de violetas (1872)
El parque del Bois de Boulogne, antigua reserva real de caza en la cercanía de su casa, era suficiente para proporcionarle todos los motivos de la naturaleza que necesitaba para sus escenas de paisajes. Su marido, amigos y familiares, que acompañaban su vida cotidiana, hacían de modelos. Pero su gran musa fue su hija Julia, nacida en 1878, fruto de su matrimonio con Eugene Manet, hermano de Édouard Manet. El poeta Paul Valéry escribió que Manet, además de haberla tomado a menudo como modelo, era tal la consideración y admiración que sentía por ella, que su estilo le influyó de forma relevante. En los últimos años de vida de Manet, en su casa se reunían Degas, Renoir y Mallarmé en animada conversación, donde Berthe dejaba constancia de su pensamiento. Dice el poeta: “Ese trío, no de aficionados, sino de maestros, quedaba subyugado por esa persona atenta e introvertida cuya gracia y lejanía componían un encanto extraordinario”.

El espejo psiqué (1876), expuesta en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
- Berthe Morisot, Tardes en el jardín - - Alejandra de Argos -
