Distancia: 21 Km.
Tiempo empleado: 6 horas y media.
Incidencias: Calor.
A tener en cuenta: Los tramos por carretera pueden ser peligrosos, hay que tener cuidado. La entrada a Pamplona se hace muy pesada.
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Perfil de la etapa: Imagen obtenida de: http://caminodesantiago.consumer.es/etapa-de-zubiri-a-pamplona
Donde alojarse (enlaces a las webs):
Albergue de Trinidad de Arre
Albergue de Jesús y María.
Donde comer: Sin problemas, en Pamplona hay decenas de lugares maravillosos para comer.
Por fin pude dormir como un auténtico ceporro. Me desperté con la agradable y añorada sensación de haber tenido un sueño reparador. Había dormido profundamente y mi cuerpo parecía descansado.
Salimos rápidamente de la cama, estábamos ansiosos por comenzar otra etapa, estaba amaneciendo y parecía que íbamos a tener suerte y el sol de nuestro lado.
Desayunamos café, pan con mantequilla y mermelada y nos dispusimos a afrontar nuestra segunda jornada.
La etapa se presentaba más sencilla que la del día anterior, pues el terreno era más llano, además hacía menos frío. Comenzamos a caminar por la carretera que atraviesa el pueblo hasta llegar a la altura del albergue de peregrinos, que tenía el aspecto de que ya no quedaba ninguno por allí. Continuamos y mientras cruzábamos el Puente de la Rabia para volver a incorporarnos a la senda del Camino, pensé que entre los que ya se habían ido y los que el día anterior habían continuado hasta Larrasoaña íbamos a caminar sin compañía, pero justo en ese momento giré mi cabeza y descubrí a nuestros veteranos alemanes detrás de nosotros ¡íbamos a tener que hacernos amiguitos!.
El Camino cruza un riachuelo y continúa en dirección a Larrasoaña, atraviesa los terrenos de una fábrica de magnetitas y enseguida discurre en paralelo al río Arga y no lo abandona hasta Villaba.
Atraviesa caseríos y pequeñas poblaciones que parecen representar una vida mejor, más sencilla. Parecía que íbamos a tener un día cómodo, al menos, más que el anterior.
Es esta zona de Navarra, propia del Camino, junto a otras en Aragón y País Vasco, lugar de una de las mayores vergüenzas históricas de marginación y política de castas, pues aquí vivieron y sufrieron los Agotes. Que eran una suerte de casta de impuros que durante siglos fueron marginados de la vida diaria de sus convecinos. No podían ser propietarios de la tierra, en las iglesias tenían espacios reservados propios, estaban obligados a vestir de una forma determinada y anunciar su presencia haciendo ruido. ¿Leprosos?, ¿visigodos marginados?, ¿delincuentes franceses?, ¿albigenses huidos de la cruzada cátara?, hay muchas teorías para explicar su presencia y marginación social. En cualquier caso su existencia está ligada a las localidades del Camino.
Me llama la atención que las crónicas cuentan que tuvieron que llevar a modo distintivo un pie de oca cosido a sus ropas. Es muy curioso, pues es un símbolo de iniciados, en opinión de algunos, un antecedente de la concha de vieira asociada al peregrino jacobeo, un símbolo de maestros constructores. En este caso no canteros, pues tenían prohibido trabajar la piedra, aunque parece que trabajaron como carpinteros para otros maestros constructores, como los Templarios y aunque no soy partidario de esta moda de adjudicar a los monjes del Temple el papel protagonista en todos los hechos posibles e imposibles de su época, lo cierto es que su presencia en el Camino y, concretamente, en estas tierras navarras, es incuestionable.
De nuevo me encuentro con ocas, herejes, iniciados y la sensación de que me faltan tres vidas para poder comprender la relación entre todos ellos.
No será la última vez que veamos a la oca como símbolo en el Camino. Pero volvamos a la ruta.
En un continuo pero no desagradable, sube y baja, atravesamos Illaratz yEzkirotz y así alcanzamos un desvío que conduce a Larrasoaña. Menos mal que el día anterior no llegamos hasta aquí, pues creo que hubiera llegado realmente mal.
Hace un día espléndido, ya hemos alcanzado a unos cuantos peregrinos y nos hemos cruzado con una excursión de jubilados que nos saludan y desean buen Camino. Continuamos pegados al curso del río Arga por veredas húmedas y oscuras. Lleva mucha agua, los lugareños nos han dicho que en las últimas fechas ha llovido mucho. Estoy seguro, llevo dos días pisando barro.
De vez en cuando, en lo alto de alguna loma, el sendero aflora en algún claro bañado por el sol, dónde vacas o caballos saludan al caminante que siente crepitar la gravilla bajo sus pies.
Después, un empinado sendero nos conduce hasta Akerreta, aquí nos encontramos por primera vez con “bicigrinos”, llamaremos así a los peregrinos que realizan el viaje en bicicleta. Creo que es un modo ideal de hacer el Camino si no dispones de muchos días, pues como mucho supongo que emplearás la mitad de tiempo, pero por otra parte, creo que los peregrinos con ruedas se pierden bastantes cosas, más que nada porque, al menos los que nos cruzamos, van demasiado rápido, quemando etapas. Además, en muchas ocasiones no pueden ir por los mismos lugares y utilizan la carretera, lo cual les impide disfrutar del mismo modo de la naturaleza, los paisajes, los pueblos y la gente.
Hicimos un alto para descansar en el pequeño pueblo, apoyamos la espalda en la puerta de una iglesia, bebimos agua y relajados nos comimos una barrita energética. Comenzaba a hacer calor y yo comencé a disfrutar del silencio, mi mente iba liberándose y yo me transformaba en peregrino.
Pendiente de Diagnosticar no se encontraba muy fina y tenía agujetas en los gemelos. A mí me costó mucho entrar en calor, sentía mis piernas “bloqueadas”, pesadas, mis músculos estaban agarrotados. Es algo que me pasaría el resto de los días y también en el tramo gallego. Es como si mis músculos necesitasen tomar temperatura antes de alcanzar su nivel de rendimiento óptimo. En lugar de hacer caso a mi cuerpo y mis sensaciones, cuando así me sentía, en lugar de dejarme llevar y poco a poco ir calentando, forzaba el paso e intentaba acelerar el proceso. Creo que pagué las consecuencias.
Volvimos a caminar y llegamos a Zuriain, atravesamos el río y alcanzamos la N135. Durante un trecho hay que caminar por la propia carretera, o seguir, a la izquierda de la misma, una senda que los caminantes que no quieren pisar asfalto han ido realizando.
Así, con el sol en lo alto del cielo y la tierra a nuestros pies seguimos avanzando animosamente, pues la etapa parecía fácil y gozosa. Atravesamos pueblos como Irotz, o Zabaldika. Aquí, el Camino vuelve a cruzar la N135 un área de descanso. Aprovechamos y paramos un poco, básicamente porque a continuación hay un repecho corto pero empinado y había que afrontarlo con fuerzas. Así lo hicimos, al final no fue para tanto, pero mientras daba un paso detrás de otro no hacía sino agradecer estar allí en aquella época del año, pues en verano debe ser un momento duro subir ese repecho con el sol en alto.
Cada vez hacía más calor, nos quitamos los forros polares que realmente ya molestaban y agradecíamos las sombras que encontrábamos. El sendero se estrechó bastante y las veredas estaban repletas de flores y de incomodísimos insectos que zumbaban pesadamente. Ya era mediodía y como ya pasara el día anterior, fue el momento que aprovecharon los extranjeros para pararse a comer, ¡bárbaros!, allí conocimos a dos chicas con las que compartiríamos el resto de jornadas, también hablaban alemán. Utilizaban un equipo impresionante y tenían aspecto de saber usarlo, parecían expertas caminantes. También vimos a un par de veteranas francesas que se detuvieron a saborear unas apetecibles fresas. ¡Qué jodías!, como se montaban el picnic.
A partir de este momento comenzamos a apreciar la cercanía de Pamplona, pues a cada paso el entorno se iba urbanizando, pasamos por debajo de una carretera, vimos casas modernas en el horizonte y así continuamos hasta que cruzamos el río Arga para entrar en Villaba. El puente es precioso y el momento fue ideal. La imagen con el día brillante, el río descendiendo impetuoso y la arquitectura del Monasterio que hay al otro lado y que es actualmente albergue de peregrinos, proyectaba una sensación de paz muy agradable.
Atravesamos Villaba por una agradable calle peatonal y enseguida llegamos a Burlada. Lo peor del Camino es el tránsito por las grandes ciudades, sí, son puntos importantes y atractivos, pero muy incómodos. Realmente las ciudades modernas no están diseñadas para caminantes con mochilas y bastones.
Llegamos a un invernadero, a partir de entonces el Camino discurre por un cómodo sendero, pero la entrada en Pamplona no es agradable. Las entradas a las ciudades son muy incómodas, no es el caso de la capital Navarra el peor, pero si tiene sus inconveniencias, concretamente, antes de llegar al casco antiguo de la ciudad, hay que caminar pegados a un muro de piedra en una calle dónde los coches pasan a tu lado. Demasiado cerca para mi gusto. Además, es curioso, sólo dos días caminando y ya había desarrollado una fobia a los coches y carreteras.
En ese punto compartíamos camino con Mark knopfler y otros paisanos suyos, no sabría decir su nacionalidad, sólo que hablaban inglés. En ese momento me di cuenta de la diversidad de horarios que utilizan los peregrinos, al menos en esa época del año. Los españoles parecían ser, con mucho, los más madrugadores, a continuación franceses, portugueses y alemanes. Finalmente, los sajones parecían ser los que con más tranquilidad se tomaban el Camino. Supongo que tiene que ver con la distancia que planees recorrer, pero, sobre todo, se desarrolla una especie de carrera hacia el albergue, de modo que cuanto antes llegues, antes puedes lavarte, acondicionar ropa comer y descansar. Pero es que, además, tiene mucho que ver con las distintas costumbres. Lo españoles suelen programar la etapa de modo que puedan terminarla a la hora de comer, española, se entiende. Es decir, se levantan a la hora necesaria para según sus cálculos haber concluido la etapa antes de, digamos, las tres de la tarde, pero claro, esa no es la hora de comer de un alemán, que le da igual salir un poco más tarde porque piensa comer a mediodía y luego no va a realizar otra gran comida hasta la cena, por lo que le da igual llegar a las cinco de la tarde, siempre y cuando haya sitio en el albergue, claro.
Entramos en Pamplona por el Puente de la Magdalena que, a su vez, da acceso al parque de la Tejera, al pie de las murallas. Tras atravesar el parque, cruzamos por el Arco de los Franceses o de Zumalacárregui.
Habíamos estado en la misma ciudad sólo dos días antes, aunque en circunstancias bien diferentes, el cuerpo ya no sentía lo mismo. Lo primero era encontrar el hostal dónde teníamos la reserva y rápidamente, porque se nos echaba el tiempo encima, encontrar un lugar dónde comer.
Una de las prioridades que particularmente me había autoimpuesto, era comer en cada ocasión algún producto de la tierra. La gastronomía del Camino de Santiago es sencillamente magnífica y después de una etapa hay que recuperar fuerzas, por tanto era importante encontrar algún lugar donde darse un homenaje.
Preguntando por la dirección del hostal, dimos con un amable ciudadano que decidió acompañarnosmientras se iba a encargar de contarnos la historia de los rincones por los que pasaríamos. ¡No me lo podía creer!, ¡qué tío más plasta!. Que me perdonen los pamplonicas, pero no era el momento, estábamos cansados, teníamos prisa por llegar a comer algo decente en algún lugar y allí estaba el plasta de los
Finalmente, gracias a las indicaciones del cargante ciudadano dimos con el Hostal Navarra. No se parecía a lo que vimos en Internet, pero bueno, al menos estaba bien comunicado, limpio, la habitación era amplia y tenía tele. No necesitábamos más, lo cierto es que en Pamplona tuvimos que renunciar a un mejor alojamiento, porque es una ciudad increíblemente cara, con toda seguridad la población más cara en todo el Camino.
Nos cambiamos, duchamos y salimos escopetados a zamparnos cualquier cosa que se ajustase a una dieta navarrica. Pero claro, lo primero es lo primero, por lo que repetimos pintxo en El Gaucho, esta vez uno de foie y otro de crema de calabacín y cabracho. Se hacía tarde, por lo que fuimos a la calle San Nicolás y empezamos a recorrerla, era poco más de las tres de la tarde, una hora normal para comer en Madrid, pero no allí, en los tres primeros sitios que preguntamos nos dijeron que era tarde. Finalmente conseguimos un menú en un sitio llamado el Minotauro. Un lugar que parece un bar de copas, pero en el que disfrutamos de un sabroso y contundente menú a base de ensalada, pimientos, alcachofas, chuletón con patatas fritas y cuajada. Todo ello regado con un rosado de la tierra.
Aprovechamos la tarde para pasear por la ciudad, sellamos nuestra credencial en el Albergue, nos hicimos con algún recuerdo para familiares y amigos y compramos algo de fruta. La idea era quedarnos por la noche en el hostal, nos cenaríamos algo de fruta mientras veíamos la tele y nos preparábamos para dormir, la etapa del día siguiente iba a ser muy dura.
Aunque aún no sabíamos cuanto.