BILLY WILDER: Tenía tanto en su interior, un sentimiento que comunicaba a los demás. ¿Si era sexy? Fuera de la cámara no era más que una actriz. Era muy delgada, era una buena persona, y a veces, cuando estaba en el plató, se hacía invisible. Pero tenía algo encantador, simplemente adorable. Uno confiaba en aquella persona tan menuda. Cuando se plantaba ante la cámara, se convertía en Miss Audrey Hepburn. Conseguía revestirse de atractivo sexual, y el efecto era tremendo. Por ejemplo, en Sabrina, cuando volvía de París con el vestido (…).
Se trata, una vez más, de ese factor X que uno tiene o no tiene. Uno puede conocer a alguien, le encanta, y luego la fotografía, y no es nada. Pero ella era algo. Y no habrá otra igual. Existe eternamente como parte de su época. No se la puede reproducir ni extraer de su era. Si se pudiera destilar el factor X, se podrían hacer todas las Monroes que uno quisiera, y todas las Hepburns…, como esa oveja que clonaron. Pero no se puede. Y era muy distinta en la pantalla que en la vida. No es que fuera vulgar; no. Pero en la práctica creaba algo nuevo, lleno de clase. Ella y la otra Hepburn, Katharine, en otra época. Era completamente maravillosa. Hoy tiene lo mismo Julia Roberts. Es muy buena, muy divertida… Me gustó inmediatamente en Pretty Woman. Pero ninguna actriz debe aspirar a ser Audrey Hepburn. El vestido de Givenchy está ocupado.
Sabrina fue una época difícil para mí. Era una película que íbamos escribiendo y perfilando mientras rodábamos. Hubo noches sin dormir. Mi espalda me estaba dando problemas. El guión no estaba terminado e íbamos retrasados. Ella tenía una gran escena con Bogart, cuando le visita en su sala de reuniones y él le dice que se vaya a París, y no acababa de salir bien. Así que llegué al estudio con sólo página y media y tenía que llenar la jornada entera. No podría ir al despacho principal y decir: “Nos hemos quedado sin guión”. Era viernes, teníamos el sábado y el domingo para escribir. Teníamos que ganar tiempo. Así que fui a verla y le conté el problema. “Mira, tienes que equivocarte con alguna frase, leerla mal. Lo siento muchísimo, pero me tienes que ayudar. No podemos rodar más que página y media. No hay más”. Y me respondió: “Te voy a ayudar”. Y así lo hizo.
Empezó a decir “Oh, qué dolor de cabeza tan terrible, voy a echarme un rato”. Y pasaban quince minutos, o una hora, de forma que prácticamente llegamos a las seis de la tarde con lo que teníamos, con la página y media. El sábado y el domingo reescribimos aquello. Por fin estaba listo. Pero ella me ayudó. Fue una cosa magnífica. Porque aquel día tal vez dio la imagen de actriz difícil, pese a que no deseaba una reputación de tener la cabeza a pájaros. Pero no le importó. Me ayudó.
Conversaciones con Billy Wilder. Cameron Crowe. Alianza Editorial (2002).