Soy avaricioso, soy colérico y me da igual a quien joda. Eso cantaba Warren Zevon en Mr.Bad Example. Esa es la América de Andrew Dominik en Mátalos suavemente, esa es la América de George V. Higgins en Cogan´s trade. La América capitalista y la América criminal explicadas como una sola, diferentes estrategias de un mismo sistema, o más bien diferentes sistemas de una misma estrategia.
América no es un país, es solo un negocio. Así que págame hijo de puta. Eso es lo último que se oye en la película, un cierre para la historia. Un monólogo de lucidez abisal. Incisivo, cristalino, lacónico. La gran aportación de Dominik con respecto a la excelente novela que adapta con una fidelidad muy razonable pese a opciones estéticas divergentes, que evita caer en la veneración y ala vez conserva lo que de bueno tiene el original sin traicionarlo ni malversarlo, es concretar el subtexto político presente en Higgins colocándolo en un explícito primer plano.
Mátalos suavemente es más que un neonoir ácido sobre el fondo de la campaña presidencial McCain/Obama. Ambos aspectos está colocados en el mismo plano, los discurso, extractos escogidos al milímetro, comentan/completan los hechos de la trama criminal en desarrollo, igualando de esa manera los significantes y los significados. Del mismo modo funciona la decisión de trasladar la acción del Boston de las novelas de Higgins a la Nueva Orleans post-Katrina que es un escenario sombrío, una abstracción de ciudad, una catedral de escombros dejada atrás; robando ahora una feliz expresión de Kiko Amat.
La clase obrera criminal ni va al paraíso ni le queda cerca. Mátalos suavemente –película y novela- supeditan lo criminal a la lógica empresarial. Una donde el crimen organizado es un holding despersonalizado, sin rostro, permanentemente en off y representada por un abogado que sirve de enlace. –un aspecto este avanzado en las contundentes novelas del ciclo Parker escritas por Richard Stark, en la cuales su anti-héroe se enfrentaba a un entramado superior y anónimo conocido como La Organización y recogido en la reciente No es país para viejos por Cormac MaCarthy, novela esta en la cual se notan tanto las influencias de Higgins como las de Stark, todo sea dicho-.Un submundo criminal dominado por la mecánica despiadada del mercado, donde los hombres que dominan el negocio carecen de contacto con la realidad mundana y el personal intermedio vive aterrorizado, dividido entre intentar medrar o pasar lo más desapercibido posible subcontratando los trabajos en mano de obra cada vez peor cualificada; un sistema sobre el cual, además, se ejerce un férreo control de daños tendente a minimizar las pérdidas económicas a costa de practicar una política laboral implacable en la cual los despidos son para siempre si te visitan especialistas como Jackie Cogan.
En Cogan’s Trade (editada de manera sobresaliente por Libros del Asteroide como Mátalos suavemente con una muy meritoria labor de traducción por parte de Magdalena Palmer) lo que el novelista hace es profundizar en el microuniverso creado en la magistral Los amigos de Eddie Coyle (también en Libros del Asteroide y en El norte está lleno de frío), no solo a partir de idénticas estrategias estilísticas, también engarzándolas con un personaje compartido: Dillon. El asesino por contrato enfermo que Cogan sustituye y que, ay, Dominik decide introducir brevemente con el rostro de Sam Shepard en lugar de dejarlo en el margen de la historia, como poderosa presencia in absentia.
Aquí están las dos pegas de Mátalos suavemente película, por si misma y con respecto al material de origen: por un lado las variaciones que Dominik introduce –aspectos políticos al margen- no mejoran la materia prima, y además chirrían en contraste con la enorme cantidad de diálogos y situaciones literales. No se trata de plasmar con estricta fidelidad. No, el trabajo ha debido de ser complicado por cuanto no se trata de un material fácilmente adaptable más que superficialmente y por ello hay ocasionales vacios donde la reelaboración hace parecer que algo falta o se da por supuesto, y, de igual manera, existen determinados giros incorrectamente plateados porque se ha debido de eliminar del diálogo referencias concretas que los justificaban. Pegas menores en cualquier caso y que no afectan a la comprensión del film, solo a su relación con el material de partida.
Por el otro, y más problemático, la necesidad de subrayar, de hacer su discurso obvio a conciencia mediante el comentario que unas imágenes hacen sobre otras o que la banda sonora incluye. A saber: los dos idiotas que asaltan la timba chutándose a los compases del Heroin de la Velvet Underground . el cierre claveteado a golpe de Money, versión de Barret Strong, el standard Love Letters con la voz de Ketty Lester para una hipnótica ejecución… o la asociación de Cogan al The Man comes around de Johnny Cash, específicamente a las primeras estrofas (There’s a man going around taking names/And he decides who to free and who to blame/Everybody won’t be treated all the same/There’ll be a golden ladder reaching down/When the Man comes around) que suenan justo a la llegada de Cogan a quien no vemos el rostro hasta que la música
desaparece. Una idea esta que, personalmente, encuentro muy feliz y que, además, recuerda a la ya legendaria aparición de Clint Eastwood convocado bíblicamente en El jinete pálido. No en vano el tema de Cash comienza con su fastasmática voz leyendo el mismo versículo.Paradójicamente la película de Dominik, con su frontal discurso político, resulta más cercana al noir canónico que las novelas de Higgins en virtud de un aire fatalista muy de género, muy clásico, unido a la peripecia de esos ladrones de tercera metiéndose donde no deben. En la novela todo esto aparece presentado como parte de una cotidianeidad expurgada de rasgos sentimentales. Higgings plantea el noir como una suerte de ficción criminal impresionista en las que los ingredientes puramente negros parecen incidentales frente a la minuciosa construcción psicológica de los personajes en base a una elaboradísima retórica de diálogos sinuosos, basados en la digresión y la fascinación por reproducir el lenguaje hablado de tal forma que la literatura deje de parecer literatura. Y sin duda esto hará que no pocos críticos facilones cataloguen la película como tarantinesca, sin pararse a mirar de donde sacó Tarantino su sonido.
Lo mismo vale para la plasmación de la violencia. Si en la novela Higgins contrapone la dilatación de los largos pasajes dialogados con la fugacidad definitiva de la violencia, Andrew Dominik, gracias a la excepcional definición de la fotografía de Greig Fraser, convierte la plasmación de la misma durante dos momentos específicos en una experiencia alucinatoria, de plástica hiperrealista basada en una contemplación de la violencia ajena a la misma violencia: un espectáculo de rara armonía.
Frente a ese par, otros dos resueltos con una simplicidad y sequedad extraída directamente del texto de Higgins y que, además, emparentan la película con la estremecedora The Friends of Eddie Coyle (en España El Confidente) que dirigiese en 1973 Peter Yates para Robert Mitchum, y ya reseñada aquí. Así el conjunto aparece puntuado por efectos cortocircuitadores, ya estaban presentes tanto en la torrencial Chopper como en ese extraño western reflexivo-espectral (y de ambas cosa vuelve a haber aquí) que fue El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, que rompen con el ascético tono naturalista de la mayoría del metraje. Dando la impresión final de una película simultáneamente retro, retomando directamente el thriller USA tal y como se entendía en los 70, y contemporánea, al no caer en la mímesis y aportar una personalidad propia que, encima, es perfectamente coherente y en gran medida sintetiza, un discurso crítico presente en un buen número de las ficciones USA post-11S más acres. A ello Mátalos suavemente suma un sentimiento penetrante que transpone con idéntica fuerza desde Cogan’s trade: la soledad. No hay amigos, ni lealtades, hay un negocio despiadado y un país despiadado que son la misma cosa. Jodido o jodedor estas solo.