Un intelectual te suelta una conferencia (¿pero qué demonio es un intelectual? ¿y qué coño es una conferencia?). Puro cine francés. Vas a ver una peli y te calzan una conferencia, cojonudo. Así empieza la película de Kierostami, que encima, es iraní.
Si uno va de humano, a secas, al cine y ese día se le han olvidado las supergafas de visionado de alto cine francés (mal que sea iraní) saldrá de la sala habiendo visto una película confusa e irritante que no se acaba de entender. Trata de una pareja que en realidad no son pareja pero luego parece que sí y discuten. Discuten mucho.
La actriz es la Binoche, o sea divinidad olímpica como es sabido (véase Tres colores:Azul), podría estar pelando patatas o friendo unos huevos en la pantalla y la entrada quedaría prácticamente justificada, lo que disminuye en parte, la ansiedad y el cabreo por ver una historia sin pies ni cabeza.
Si te pones las supergafas (o/y eres jurado de Cannes o primo de un ídem o aspirante a crítico enterao-de-verdad) entonces todo cambia y lo que estás viendo es una invitación a reflexionar sobre la naturaleza misma del arte y la relación copia-original (¡), tema sobre el que versa la jugosa conferencia del intelectual del comienzo, el cual parece que le ha gustado a la Binoche así que flirtean y durante el largo paseo que dan por la idílica Toscana (dónde si no) y tras una trivial confusión en la que una señora les toma por matrimonio, ellos pasan a comportarse como si lo fueran, ¡y con veinte años de relación encima!, vomitando delante de la cámara todas sus frustraciones y reclamaciones recíprocas de ardua convivencia marital.
El crítico afrancesado detecta inmediatamente una sublime obra de arte que ofrece, obviamente, al torpe público la posibilidad de reflexionar sobre la impostura misma del arte, sobre la validez de esa copia que funciona igual que el original, o sea, ese matrimonio que no lo es pero ahora sí (¿lo pillas?), y funciona igual que si lo fuera y vale lo que ocurra en cada plano porque es muy real, porque cada escena se entiende muy bien por sí sola pero sin las anteriores, como cada nota en la música atonal aunque el conjunto carezca de armonía o el color de un cuadro de Rothko o de Pollock en los que resulta terriblemente ansiogénico buscar una figura, como seguir la linealidad del guión de Copia certificada.
Esto podría calificarse, con mucha precisión, de flatulencia intelectualoide, infatuación artística o ensoberbecimiento esquizoide. Pensar que copia vs original es todo un tema filosófico (especialmente tratado con esta rudeza) y pretender aportar algo al océano/asunto de la pareja imitando quizás a Bergman en su increíble Secretos de un matrimonio, es inocente y sobre todo, fatuo.
Esa lectura es la que yo hago, y me gusta la idea. Me hubiera gustado si no se tratase de un auténtico artificio intelectual, un puzzle, un examen al espectador. Verdadera hermenéutica cinematográfica que no puede ir a ninguna parte porque el cine, por visual, ha de ser entre otras cosas, directo y porque resultan fallidos desde los temas de reflexión hasta los personajes.
Estoy bastante harto de las historias canónicas y me despreocupo de los personajes y sus peripecias. Me interesa el resto, la magia, la poesía, lo que ocurra como un chispazo en cada plano y en cada palabra. Me gustan las alternativas formales, pero siempre al servicio del disfrute aunque éste sea reflexivo y subjetivo. Por eso no me parece horroroso este tiro al aire de Kierostami (qué bonitos los tiros al aire y los brindis al sol, por dios), aunque perfectamente fallido, vacuo y pretencioso.
Lo que no soporto son las voces previsibles y engoladas que declaran a un artefacto como éste y antes de que empiece, de Obra Maestra.
Si acaso, pero de impostura.
ARM