Revista Cocina
Un experimento mental muy popular es el del dilema del bote, que tiene varias versiones. La idea principal se podría sintetizar de esta manera: si en caso de naufragio, nos encontramos en un bote que sólo pudiera salvar a un determinado número de individuos echando fuera a otros, ¿cuáles y por qué deberían ser escogidos para salvarse? ¿A cuáles sería lícito arrojar por la borda? Esta situación si bien no es imposible, y ha ocurrido de hecho en el mundo real, parece bastante improbable que suceda para la mayoría de nosotros.
Este dilema se ha aplicado específicamente al contexto animalista para intentar dilucidar cuál decisión deberíamos tomar en caso de que el dilema se redujera a tener que elegir entre un ser humano y un animal no humano. Creo que el primer pensador en exponer ese dilema bajo una perspectiva animalista fue el profesor Tom Regan en su obra «En Defensa de los Derechos Animales». Resumiéndolo a la mínima expresión, Regan argumenta que si hubiera que decidir en esa situación extrema entre salvar a un humano y un no-humano, lo correcto sería salvar al humano, puesto que los seres humanos, por lo general, son cognitivamente superiores a los otros animales, y gozan de una mayor riqueza de experiencias, con lo que la muerte del humano supondría una mayor pérdida para el humano que para el no-humano.
Ahora bien, Regan aclara que ese criterio sólo lo considera válido para situaciones extremas de supervivencia, pero que en ningún otro caso justificaría dañar o matar a un animal en un contexto normal. Sin embargo, muchos consideran que la posición de Regan no sólo es problemática sino incoherente con sus postulados. Creo que hay pocos pensadores que aceptando el planteamiento moral de Regan —basado en la filosofía de los derechos morales— estén de acuerdo en la consistencia de su conclusión. La profesora Evelyn Pluhar parece estar de acuerdo, puesto que Pluhar alega que en caso de tener que elegir necesariamente por supervivencia sería preferible privilegiar a los animales más desarrollados cognitivamente [«Beyond Prejudice», capítulo V, página 259].
Hay que tener en cuenta una cosa: ni Regan ni Pluhar defienden el igualitarismo moral. Ambos rechazan el especismo entendido como el prejuicio de que la vida humana es intrínsecamente superior a la vida animal y, por tanto, eso justificaría siempre utilizar, dañar o matar a los animales en beneficio de los humanos. Pero ni Regan ni Pluhar rechazan la jerarquía en el contexto moral. Lo que argumentan es que la especie no es un criterio válido —así como tampoco lo es la raza o el sexo— para justificar una discriminación moral. El simple rechazo al especismo no equivale a rechazar antiguas o nuevas jerarquías morales que, aparentemente, no se basan en la especie. Aprovecho para señalar que es por esto, entre otras razones, que algunos nos posicionamos en contra del "antiespecismo", puesto que la sola idea del especismo no abarca todos los problemas morales en nuestra relación con los otros animales.
Regan insiste en que su razonamiento no incurre en especismo, porque sólo valora a los individuos bajo criterios universales, sin importa su especie. Supongo que en ese planteamiento estaría de acuerdo James Rachels y su teoría del individualismo moral. Bajo esta perspectiva, si hubiera que elegir entre dos humanos habría que salvar al más inteligente, o al que tiene una mayor capacidad para experimentar vivencias, porque la muerte supondría una pérdida mayor para él. Tal vez esto sugiere más problemas que los que resuelve. ¿Cómo se determinar objetivamente el grado de inteligencia? ¿Cómo se evalúa objetivamente la riqueza de experiencias siendo esto un fenómeno subjetivo? ¿Entre un aficionado a la ópera y a la música rap a quién deberíamos salvar? ¿Deberíamos salvar a una persona de cociente intelectual por debajo del promedio que tiene una vida muy rica en aventuras en lugar de salvar a Immanuel Kant que jamás salió de su pequeña ciudad? Volviendo al contexto animalista, hay que tener en cuenta que científicos especialistas en etología animal, como Frans De Waal, han denunciado que tradicionalmente hemos subestimado las capacidades cognitivas de los animales. ¿Podemos estar seguros que Regan no está incurriendo en un sesgo especista?
La resolución de Regan ha sido muy criticada también por otros pensadores afines a su corriente intelectual. Por ejemplo, el profesor Gary Francione rechaza la noción de que la muerte sea un daño mayor para un humano que para un no-humano. Francione argumenta que no se puede resolver ese caso extremo bajo criterios morales y que cualquier decisión que tomemos no es menos equivocada que otra, pero pretender justificar un privilegio del humano sobre el no-humano indica siempre un prejuicio especista. En todos los casos, ninguna elección que tomemos finalmente puede justificar que tratemos a los animales como recursos. Una caso excepcional no sirve como criterio normal. Hay que tener en cuenta que un caso extremo de supervivencia afecta también al control sobre nuestra conducta. Nuestra responsabilidad moral depende de nuestra conciencia moral y esta conciencia no existe en un vacío sino que es producto de nuestro cerebro, que puede verse afectado por el hambre y otros factores que alteran nuestra voluntad. Es por esto que a personas consideradas responsables que cometen delitos bajo el influjo de drogas u otros elementos que perviertan su mente se les suele aplicar tipos atenuantes o incluso eximentes de responsabilidad.
Asimismo, otro autora muy en desacuerdo con Regan es Joan Dunayer, quien defiende un radical igualitarismo. Dunayer asegura que la única forma justa de resolver ese tipo de dilema sería lanzando una moneda al aire, puesto que ningún criterio moral podría resolverlo [Speciesism, capítulo 5, página 96]. Parece una solución un tanto extravagante, aunque no deja de tener coherencia con la idea de que todos los individuos merecen igual respeto. Si todos los seres sintientes poseen un igual valor moral, entonces no se puede privilegiar a ninguno por encima de otro. También es cierto que la propuesta de Dunayer parece orientada para descargarnos de la responsabilidad de decidir racionalmente. ¿Es en verdad correcto concluir que no podemos tomar una decisión si nos atenemos a criterios exclusivamente morales?
Una crítica a Regan particularmente interesante es la de la filósofa Lisa Kemmerer, quien aceptando de partida los postulados de Regan, concluye de una manera muy diferente a la suya. Kemmerer argumenta que en caso de supervivencia, habría que salvar siempre al no-humano frente al humano. ¿Por qué? Porque el no-humano es inocente mientras que el humano no lo es. Un animal no humano no está capacitado para la responsabilidad moral, así que siempre es inocente —ni siquiera es responsable de estar en ese bote. Mientras que un humano sí es responsable de su conducta. El humano probablemente no sólo es responsable de estar en esa situación sino que además seguramente sea culpable de hacer cometido alguna injusticia. Si el inocente debe prevalecer frente al culpable en caso de conflicto, entonces la decisión parece clara.
Y a todo esto, ¿qué nos puede decir el veganismo al respecto? ¿Puede el veganismo ayudarnos a resolver la situación racionalmente? A mi modo de ver, sí puede. De acuerdo al principio del veganismo, no debemos utilizar a ningún animal como un medio para nuestros fines; en ninguna forma, modo o propósito, sea cual sea. Si asumimos este principio entonces no debemos utilizar a un animal para salvar nuestra vida. Por lo tanto, no debemos arrojar por la borda a ningún animal con el propósito de salvarnos nosotros. Así que al menos ya tenemos claro lo que no debemos hacer.
Pueden respirar tranquilos; no estamos en el bote salvavidas y es poco probable que nos encontramos en una situación similar. En el contexto de la vida cotidiana, si utilizamos a un animal no lo estamos haciendo por necesidad real sino por costumbre, tradición o por alguna clase de beneficio: placer, diversión, lucro económico. Esto ya no suena tan tranquilizador sino más bien perturbador. No somos esa persona desesperada en un bote que está a punto de hundirse; más bien somos esa persona que se divierte pateando animales porque le divierte. Si utilizamos a los animales —si consumimos productos de origen animal— encajamos en esta categoría, la de quien hace daño a los animales sin una buena razón, y no en la del pobre náufrago desesperado.