Revista Cine

Hustoniana: El tesoro de Sierra Madre. La aventura, pese a todo.

Publicado el 07 marzo 2013 por Esbilla

Ya está en marcha un nuevo dossier en la web Cinearchivo, esta vez una antologúia en dos entregas centrada en la carrera de John Huston. Por mi parte me encargo en esta primera mitad centrada en sus obras del periodo 1941-1959 en el clásico El tesoro de Sierra Madre y en la más oscura cinta de aventuras Las raíces del cielo:
Especial John Huston: recomendados.asp

El tesoro de Sierra Madre, 1947:

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Después de la 2ª Guerra Mundial el cine de John Huston había cambiado. La diferencia entre el guionista con cámara de El Halcón Maltés y el cineasta en proceso de cómo ella sola o A través del Pácifico y el creador total, rotundo de El tesoro de Sierra Madre resulta abismal. Su trabajo como documentalista durante la guerra se deja sentir en una inmersión frontal en el realismo que afecta principalmente a la penetración psicológica y a un estilo mucho más fluido, menos estático, revestido de una autenticidad  acre aunque permanezca en parte adherido al canon estético/expresivo del clasicismo USA, mediante una cámara invisible, un empleo soberbio del off y una atención al detalle en apariencia nimio pero determinante en las caracterizaciones.

Hay una honestidad general y una profundidad de intenciones que lo alejan de cine más estilizado y (perdón) peliculero de su inicios. También se nota, claro, la intención de Huston de salirse del sistema o más bien adaptarlo a su voluntad. El Huston de posguerra ya no tiene interés en ser un director de estudio o de estrellas, quiere ser una voz independiente. Y probablemente eso fue lo que le condujo a una carrera tan errática, donde se vio obligado a aceptar encargos, a meterse en proyectos descabellados o a dilapidar otros fascinantes. Con El tesoro de Sierra Madre Huston decide que será hustoniano, y como sus propios personajes no le importará lanzarse contra un fracaso anunciado;  intentarlo bien vale el precio.

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Abraza a los losers, la camaradería, la virilidad. Anuncia a Sam Peckinpah y el western crepuscular y se convierte en un gran relator, un contador de historias donde la realidad y la invención son indistinguibles.

También cultiva desde aquí su propia imagen de director aventurero, personaje más grande que la vida, americano tronante y apátrida hasta el punto en el cual no extraña, sino que resulta perfectamente comprensible, su adhesión a la novela del enigmático novelista B. Traven que da origen al film y la cual adapta con notable fidelidad. Traven es uno de esos novelistas novelescos, de vida misteriosa e incierta, un poco como ese Ambrose Bierce con el cual alguna vez se le ha relacionado con intención de mitificar todavía más a ambos y estirar el hilo de la gran novela sobre los novelista oscuros. El hecho de que ambos estuviesen relacionados con México es motivo fantasioso más que suficiente. Allí desapareció Bierce en 1913 para unirse a Pancho Villa y en México post-Revolucionario se ambientan varías de las novelas de Traven, entre ellas la presente o la también excelente Macario, objeto de una gran versión al cine dirigida en 1960 por Roberto Gavaldón y en la cual se plantean, aunque desde un

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plano metafísico conflictos morales similares a los de El tesoro de Sierra Madre, compartiendo ambas un tono fabulesco, ejemplarizante y socarrón.

Traven mediante Huston dibuja el contorno moral y psicológico de su personaje tipo, el perdedor épico y lo rodea de una atmósfera, género y localización perfecta. El resultado es uno de esas contadas películas totales, donde la fuerza del conjunto es superior a la suma de sus partes. Es físico y trascendente, trágico y vitalista, patético y épico, crepuscular antes de que esto ni siquiera se pensase y sin embargo esperanzador.

En ella la aventura, la adscripción misma a un género y un relato, es el marco para un cuento moral de aprendizaje, donde el carácter, la pasta de la cual están hechos los hombres se sitúa en primer plano con el oro como simbólica tentación, una ilusión que barre el viento –aunque en un detalle irónico especialmente sutil los dos personajes supervivientes, aquellos que han antepuesto su humanidad a todo lo demás, terminan cubiertos de polvo de oro- y un prueba que puede costar la cordura y la vida;  caso de la patética muerte de Fred Dobbs, el paranoico, miserable, desagradable pero así y todo épico, en virtud

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de su determinación fanática por prevalecer, antihéroe al cual interpreta Bogart.

Cuando vemos que Dobbs pide dinero por tres veces al mismo hombre –el propio Huston- en Tampico ya nos están diciendo que es tipo no es bueno. Cuando Walter Huston mira las manos entrelazadas de Bogar y Tim Holt prometiéndose que a ellos nunca les pasará nada de eso tan truculento que cuenta el viejo buscador nos están diciendo que aquello va acabar como tiene que acabar: mal. Cuando Todos explique qué van hacer con su parte y Dobbs se relama pensando en cómo la va a derrochar nos están diciendo que da igual, que hay cosas que no cambian y así es. Hay un fatalismo inevitable, como una ley natural en estos hombres nacidos para perder y que la única vez que ganen será apostando al 13, el número de la mala suerte.

14_1948 The Treasure of the Sierra Madre


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