¿Y si le ponemos un poco de color a la vida? Tanto en los platos dulces como en los salados, podemos utilizar colorantes para que la experiencia gastronómica sea completa, y abarque también el sentido de sorprender por la vista, poco antes de hacerlo también por el gusto.
Es muy sencillo, siempre que se utilice con tino, ya que se consigue utilizando colorantes alimentarios. Sobra decir que están perfectamente adaptados al consumo. Los colorantes no aportan sabor a los platos, pero sí una vistosidad a la que se recurre en muchas ocasiones, por ejemplo, en los postres. Para la repostería, y más concretamente para cupcakes y bizcochos, y cremas, son fundamentales para conseguir esa sorpresa en el comensal.
Podemos elegir los tonos metalizados, como bronce, dorado o plateado, a los tonos tierra, como marrón, rojo o naranja; a los rosáceos, como el violeta o el rosa, o a los colores del parchís, como el azul, el verde o el amarillo, entre otros. Aquí podéis encontrar los colorantes.
Para utilizarlos, hay que coger una muy pequeña cantidad del frasco y añadir a la mezcla en cuestión (para gominolas, bizcochos, glaseados, helados, mazapanes…). Una vez añadido, se amasa bien para que el color se unifique poco a poco y conseguir un efecto veteado. Para lograr un color más oscuro o intenso, se añade más colorante. Por último, si se ha amasado a mano, se lavan las mano con agua caliente y jabón.
¿Utilizáis colorantes en vuestros platos? ¿En cuáles?