Revista Cine

“No había sitio en la posada”

Publicado el 31 diciembre 2009 por Amendiz @alfonso_mendiz
En las representaciones teatrales de la Navidad (en los pueblos, en los colegios) y en las películas sobre Jesús que incluyen su infancia, hay una escena que no falta nunca: un mesonero que cierra sus puertas a José y a María para representar que “no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7).
En este día que despedimos el año se nos presenta una ocasión espléndida para reflexionar sobre el sentido de esa escena. No dimos cobijo en nuestra posada (en nuestra vida, en nuestra cultura) a quien era dueño no solo del mesón que le cerró las puertas, sino del mundo entero y aun del universo en su conjunto: es el Rey de las artes (también del cine: Séptimo Arte), de las leyes, de las organizaciones sociales. Y con frecuencia, no le hacemos sitio.
Habitualmente, las obras teatrales y las películas suelen incluir un gesto negativo del posadero (personaje no mencionado en los Evangelios) y una indicación –normalmente, con el brazo en alto- del pesebre cercano donde pueden recogerse. A esta representación habitual de la escena sólo han escapado, que yo recuerde, dos películas, y ambas suponen un delicado contrapunto –lleno de profundo simbolismo- a ese abierto rechazo de los hombres hacia Dios.
La primera cinta es "La Vida y pasión de Jesucristo" (1907), dirigida por Ferdinand Zecca. En ella, tras la consabida negativa del posadero, José y María se quedan perplejos en plena calle. Les vemos de pie, sin borrico: otra novedad en la iconografía de esta escena. Y, de repente, pasa una niña que les mira con dulzura y les indica con su bracito el lugar donde pueden guarecerse (Ver fotograma de arriba). Es una bella metáfora: sólo los niños –las almas sencillas e inocentes- fueron capaces de acoger a Dios. Un mensaje que después repetiría el propio Jesús: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”.
La segunda película es "Jesús de Nazaret" (1977), de Franco Zeffirelli. Aquí la respuesta del dueño de la posada es aún más fuerte que en otros filmes, pues le oímos en un quejoso tono de ira: “Ya tengo demasiados huéspedes, ¿no lo ves?”. Y dirigiéndose a la servidumbre, añade: “¡Vamos, cerrad la puerta! ¡¿Cuántas veces tengo que decir que esa puerta tiene que estar cerrada?!”. Cuando la puerta se cierra ante José –no sólo físicamente-, por las rendijas de la mirilla descubrimos unos ojos que miran comprensivos. Son los ojos de Abigail, una criada mayor, de aspecto gitano, que ha visto toda la escena. Poco después se acercará a la Sagrada Familia (es el momento que recoge el fotograma) y les dice en confidencia: “Es inútil seguir buscando en Belén: todo está lleno… Venid, yo os ayudaré… Si salís por esa puerta, encontraréis un establo, una cueva. No es gran cosa, pero estaréis calientes y secos. Y habrá mucha paja fresca”.
Paradójicamente, alguien que no es de Belén (una extranjera, una persona “extraña” a ese mundo) es la única que acoge a José y a María. Y aún les dice, después de acompañarles a la entrada de la gruta: “Si puedo, luego iré a ayudaros”. En efecto, le vemos acudir más tarde, cuando el Niño ha nacido. Y dice a José lo que tiene que hacer, mientras ella se queda cuidando a la Virgen.
Ciertamente, hace falta un ánimo abierto y generoso para dar cobijo a Dios en nuestra posada. Las almas sencillas –como esa niña- y los desheredados de este mundo –como esa inmigrante- serán los primeros en acoger a Jesús. Poco después lo harán los pastores: otras almas sencillas y desheredadas…

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