En el anterior post comenté mis impresiones sobre el Beaujolais Nouveau que descorchamos la noche del sábado para celebrar mi cumpleaños en una cena informal con unos amigos. La verdad es que fue un vino divertido y acompañó muy bien el picoteo; después abrimos una botella de El Miracle Art, de Vicente Gandía, que tampoco estuvo nada mal. Pero el domingo, que fue el día exacto de mi cumpleaños, quería darme nuevamente un regalo vinícola de cierta enjundia, así que me dirigí a un conocido espacio gourmet y me puse a rebuscar entre las estanterías de los grandes vinos bordeleses. Después dejar vagar mis ojos por las botellas de las grandes joyas (por cierto, todas jovencísimas, ninguna más allá de 2006), me puse a mirar en las estanterías de los grandes más asequibles. Y allí me tope con este vino, en dos versiones, 2004 y 2006; y considerando que iba a descorcharlo en 24 horas, me hice con la más entrada en años.
Los Château Langoa-Barton y Léoville Barton, junto con Château Léoville-Las Cases y Château Léoville-Poyferré, formaban parte en su día de la propiedad conocida como Leoville. Actualmente, Langoa-Barton y Léoville Barton pertenecen a la irlandesa familia Barton, y sus vinos son elaborados en las mismas instalaciones. Léoville Barton posee 47 Ha de viñedos situados en el centro de la appellation Saint-Julien, y la elaboración de su grand vin implica un serio y largo trabajo en bodega, con dos remontados diarios durante la fermentación, maceraciones de hasta dos semanas y crianza de unos 20 meses en barrica.
El vino que elegí para agasajarme en mi cumpleaños, y acompañar unos suculentos solomillos con salsa de setas y patatas asadas, fue un Château Léoville Barton 2004 (AOC Saint-Julien, 2ème Cru Classé; tinto con crianza, 72% Cabernet Sauvignon, 20% Merlot, 8% Cabernet Franc; Château Léoville Barton). Es un vino de un intenso color rojo granate, de capa alta, oscuro, con ribete granate donde asoma algún destello amarronado. La nariz es de intensidad media alta, elegante y agradable, con un primer plano de terciarios marcados por las especias, balsámicos y regaliz; al fondo hay una fruta negra madura y discreta y recuerdos florales, apareciendo con el tiempo notas de madera de cedro y cacao. En boca es muy agradable, intenso y con de buena acidez, cuerpo medio, sedoso, con predominio de especias y ahumados, ligeramente carnoso, y con un elegante final de duración media algo tánico. A las 24 horas aparece más intenso el cacao, y juraría que he notado una punta de avellanas. En boca, aún algo más sedoso si cabe.
Un vino que la otra mitad de esta casa ha definido como muy redondo, a lo que yo añadiría que es discreto, elegante y muy rico. Dice mucho, pero sin estridencias, y sin darte cuenta, te estás sirviendo una y otra copa. Posiblemente esté aún mejor el año que viene, pero ya es una delicia como para tener unas cuantAs botellas guardadas.