A Guarda es la localidad situada más al sur de la comunidad gallega. Enclave privilegiado donde el Miño se encuentra con el Atlántico estableciendo la frontera natural con Portugal, es un pueblo bien conocido por los turistas que lo abarrotan durante los meses de verano atraídos por uno de los productos gastronómicos más representativos de Galicia: el marisco.He estado en A Guarda en varias ocasiones pero siempre en invierno, cuando apenas hay visitantes. Coincidiendo muchas veces con un buen temporal marítimo que proporciona uno de los paisajes más impresionantes y sobrecogedores de nuestra costa y, como en esta última ocasión, bañado con una luz inquietante y romántica que conduce a un atardecer perfecto.
Poesía aparte, volvamos al marisco; el puerto de A Guarda está plagado de excelentes restaurantes que ofrecen al turista una amplia variedad de pescados y mariscos, pero si hay uno de ellos que relaciono directamente con este pueblo es sin duda la langosta. Langosta de A Guarda. Una relación que personalmente se me antoja indisoluble.
El restaurante Os Remos, antiguo convento benedictino, situado frente al puerto, con unas vistas privilegiadas hacia el mar, fue el escenario elegido en esta ocasión para volver a reencontrarme con la langosta guardesa. La atención cálidad, profesional y familiar de su dueña fue un aliciente más para propiciar el encuentro que ya se había demorado más de lo aconsejable. Y el resultado... excelente, porque de alguna manera hay que calificarlo.
Un entrante a base de chipirones fritos sabrosísimos como introducción para abordar un par de langostas: una de ellas a la plancha y la otra cocida con sus tres salsas de rigor, absolutamente increíbles como no podría ser de otra manera. Luego, un postre a base de mousse de chocolate blanco y negro y un hojaldre con crema más que correctos para zanjar la cuestión. Después, paseo por el puerto e inevitable subida a Santa Tecla para contemplar una vez más el impresionante estuario del Miño y la costa portuguesa.
Volveremos. Os Remos nos ha dejado una magnífica impresión y paladear su langosta mientras vemos batir el oleaje con toda su invernal violencia contra la costa, es ya un recuerdo inolvidable.
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