Revista Cocina
A consecuencia de la entrada que escribí, sobre la apertura, en Madrid, de la pastelería Pomme Sucre, y que publiqué en el blog el pasado 28 de mayo, con el título: 'Pomme Sucre, también en Madrid', y donde doy mi opinión, como no he dejado de hacerlo hasta ahora (pues entiendo que no puede ser de otro modo), sobre lo que opino de Julio Blanco, de su labor y de su trabajo. Se generaron una serie de comentarios, a partir, sobre todo, de la opinión escrita, como comentario de anónimo, que luego manifestó llamarse Andrés, que no ha dejado de sorprenderme por el número de los mismos, y por el cariz de todos ellos. Por otra parte, acostumbrado como estoy, desde que comencé con el blog, a que sean bastante menos las personas que hacen comentarios, y por la menor pasión que, salvo en este caso, de ellos se desprende. No quiero dejar de aprovechar la ocasión, y también dar mi opinión, pues 'quién es causa de la causa es causa del mal causado'. Y en mi descargo, he de decir que lo que comenté sobre la nueva apertura de Pomme Sucre, lo escribí con la misma naturalidad con que he escrito hasta ahora todas mis entradas, por que así lo considero, lo siento, y consecuentemente lo expreso, y si estoy equivocado, o no se considera mi opinión suficientemente formada, a la consiguiente crítica y al comentario negativo, obviamente me someto. Pero si quiero comentar, sin ningún ánimo, y lo digo con toda seriedad, de alimentar de nuevo la polémica suscitada, que me sorprendió el tono, el estilo y la forma de expresar su opinión, de Andrés. Pues incluso el comentario final de su relato, después de una serie de afirmaciones, por supuesto todas muy respetables, termina con: "En definitiva, las alabanzas me parecen desproporcionadas para los méritos del producto". Y pienso yo, si entendemos alabar: como elogiar, celebrar con palabras, y alabanza como: la expresión o conjunto de expresiones con que se alaba, como lo define el Diccionario de la Real Academia Española, no entiendo la desproporción a la que alude, ya que yo sí creo honradamente, y con toda legitimidad, que las merece. Sí puedo entender, por otra parte, y de hecho lo entiendo, y con la misma legitimidad igualmente, que no merezca las suyas.